"Tenemos que buscar el modo en que la política pueda dirigir la economía", expresó el obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), monseñor Oscar Vicente Ojea, en una entrevista para el diario Perfil realizada por Jorge Fontevecchia.

En la conversación con el cofundador del periódico, el prelado sanisidrense habló de temas de actualidad, sobre todo del tema del aborto, del papa Francisco e hizo hincapié en la doctrina social de la Iglesia.

Asimismo, lamentó que en los argentinos haya un gen autodestructivo que no les permite disfrutar de la obra de su compatriota el pontífice. 

—Hace un tiempo usted dijo que era muy bueno que en Argentina no existiera un partido católico. ¿Es la particularidad de la política argentina comparada con otros países católicos?

—Es muy importante en este momento que no haya partido católico. Como dice el Papa en la encíclica, Fratelli tutti, la política dejó de ser un debate de ideas para convertirse en un escenario de violencia, de destrucción del adversario. El rescate de la política por parte de los católicos debería ser ir hacia un debate de ideas, hacia el respeto mutuo, incluso dentro de los mismos católicos. Hay que aprender o reaprender todo este tema complejo del diálogo. Volver a escucharnos, incluso los que compartimos la misma fe.

—¿Qué grado de similitud hay entre el peronismo y la doctrina social de la Iglesia? 

—La doctrina social de la Iglesia nace ante un tema de la sociedad industrial y la explotación del trabajador. En primer lugar, cala muy hondo en los sectores del pueblo trabajador. El peronismo tomó y explicitó en su doctrina elementos precisamente de la doctrina social de la Iglesia. Me gustaría que la doctrina social hubiera sido más profundizada. Esto puede crear una cantidad de prejuicios que se dan mucho en la Argentina de hoy. Ante el mínimo prejuicio no se lee, porque hemos formado sectas mediáticas por afinidades. Directamente al otro no lo leo porque pienso que llega envenenado. Perdimos un esencial estupor frente al pensamiento, que tiene que ver con la escucha. Es muy importante que el Papa haya sacado esta encíclica, que es la síntesis de su pensamiento social. Una invitación renovada a repensar cosas que se han dicho muchas veces y que tienen muchísimo tiempo en la doctrina de la Iglesia. Por ejemplo, la función social de la propiedad privada, la destinación común de los bienes.

—En una de sus reflexiones, casualmente sobre la pandemia, utilizó el término “relaciones diabólicas” y mencionó en su etimología griega que “diábolos” significa dividir, separar, desunir, destruir. ¿La grieta y la polarización serían una diabolización de las relaciones políticas? 

—Pienso que sí. Fíjese en Argentina. Da la impresión de que tenemos una especie de gen autodestructivo. Tenemos un ídolo popular que dio una alegría enorme a los argentinos. Disfrutamos de un campeonato mundial que quedó en el recuerdo de muchos y pasó a las generaciones siguientes. Pero no podemos hacerle un homenaje, porque enseguida se divide la comunicación. También se divide cierto tipo de gesto. Y todo vuelve a ser división y polémica. Ni siquiera cuando tenemos la oportunidad de decirle gracias a ese ídolo por todo lo que dio. Daría la sensación de que tenemos algo divisivo que está conspirando para que no podamos entendernos. Es bastante extraño y singular.

—¿La cultura del encuentro de la que habla Francisco en “Fratelli tutti” sería la vacuna antigrieta? 

—Pienso que la cultura del encuentro abriría un proceso para sanar heridas. Nuestra patria nace de una división también. No resolvimos divisiones muy profundas desde los unitarios y federales. Heredamos eso. La cultura del encuentro sería la apertura de un proceso que nos permita ponernos en sanación. Cuando hay encuentro verdadero uno puede preguntarse si hay algo que no terminó de escuchar bien del otro. Algo para volver a escuchar.

—Usted dice “ser pueblo es un trabajo arduo a través del diálogo y del encuentro y ser pueblo es eso: es un proceso de diálogo, de amalgamamiento para convertir una suma de personas en pueblo”. ¿La polarización es la negación de un pueblo? ¿Es lo que lleva a que no haya pueblo, sino meramente sociedad? 

—El concepto de “pueblo” es muy resistido en el momento actual. Decimos “la gente”, no hablamos de “pueblo”. Nosotros lo tomamos de la teología. El Papa también. En el Concilio Vaticano Segundo, la Iglesia es definida como pueblo, pueblo de Dios. Una idea es tomada de un texto de San Cipriano, un padre de la Iglesia del siglo IV. Dice que “la Iglesia es un pueblo unido, pero no por cualquier unidad sino por la unidad de la Trinidad”. La Trinidad es dinamismo y es relación. La Trinidad es Dios que sale de sí mismo continuamente y vuelve a recibirse; Padre, Hijo y Espíritu Santo. El pueblo se ancla en esta vida trinitaria. Reproduce las relaciones culturales, sociales. En la medida que esas relaciones crecen, se articula un proyecto. Un líder político sería el que interpreta o intenta dar cauce a ese proyecto, y el populismo sería el que utiliza eso para beneficio personal, para perpetuarse en el poder. A partir de la comprensión de este pueblo de Dios que es la Iglesia, esta se encarna en todos los pueblos de la Tierra. La Iglesia pueblo se encarna en todos los pueblos de la Tierra. La polarización atenta contra este camino del pueblo hacia un destino, hacia un proyecto. 

—¿Es algo análogo a lo que sucede con el cuerpo físico y el alma metafísica? El cuerpo y la sociedad estarían caracterizados por lo material; mientras pueblo y alma serían entidades ontológicas.

—De alguna manera sí. Reproducimos en nosotros ese tipo de diálogo o relaciones. También se puede hablar del alma de los pueblos como algo muy profundo. El Santo Padre también utiliza ese concepto cuando se pregunta qué nos va a decir el Señor al fin de los tiempos. La pregunta es dónde está tu hermano; la pregunta bíblica. “¿Dónde está tu hermano?” es la pregunta a Caín una vez que mató a su hermano. Caín dice “no sé”. Primero miente. Pero el tema no es la mentira, sino lo que dice después: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”. Lo hace como negándole a Dios la potestad de poder hacer esa pregunta sobre el cuidado y sobre la responsabilidad. Esta pregunta la utiliza el Papa para decir “yo creo que el alma de los pueblos, superando toda anestesia de la conciencia, responderá que sí”. Es algo que en este tiempo de pandemia planteó en una de sus homilías.

—Usted también planteaba la Iglesia al servicio del diálogo y en 2001 su predecesor en San Isidro, monseñor Jorge Casaretto, tuvo una muy activa participación en el aporte que hizo la Iglesia en su momento como  pacificadora en la crisis 2001/2002. ¿Tendrá la Iglesia ese rol en la pospandemia? 

—Sí, pero no de la misma manera. No convocando, sino acudiendo a una convocatoria. Colaborando para que los sectores puedan dialogar. Tiene que haber una base para un consenso, pero esta base está más allá. Se encuentra antes que nosotros y estará después nuestro. Es necesario un reconocimiento de todos. El Papa plantea el tema de la dignidad humana como base. Pero esto debe ser una convicción anterior al diálogo. Por eso es muy importante que el diálogo esté asentado en el pueblo, que tenga una aceptación del pueblo. Si no, se convierte en un diálogo de elites. La palabra “acuerdo” está muy bastardeada, el pueblo sospecha que se puede estar haciendo algo oscuro. Es muy importante esta referencia y este consenso. Tiene que ser necesariamente por convicción y no por algo pactado. Tiene que ser más profundo. La Iglesia puede ayudar en este sentido. Está dispuesta a hacerlo.

—¿Qué representa que el nuevo presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, sea católico?

—El presidente tuvo expresiones que tienen que ver con nuestra doctrina. Es algo que saludo. El respeto por los tratados sobre el cuidado del planeta tiene una importancia enorme, sobre todo después de la encíclica Laudato si. Su postura en el tema de las migraciones nos parece clave en este momento. El Santo Padre promueve el tema de las migraciones, la acogida, la promoción, la integración, la protección del migrante; la riqueza que trae la cultura. Es un modo de estar abiertos al diálogo, la caridad y la amistad sociales. Cuando se trata de un político católico prefiero determinar qué cosas estamos diciendo que se vinculan a la fe católica. 

—¿Pero lo entusiasma? 

—Me entusiasma. También me entusiasma haber terminado un ciclo en el que cada declaración del Presidente era algo que se daba de bruces con el diálogo y el entendimiento. 

 

—Usted y también el Papa dicen que los subsidios no pueden ser permanentes, que las personas necesitan integrarse al sistema productivo no solamente en términos materiales sino también existenciales. Mauricio Macri los aumentó en cantidad. Hay quienes piensan que la perpetuación de los subsidios paradójicamente es una política neoliberal. Mantener a una cantidad de personas fuera del sistema de producción de manera permanente.  

—El anterior gobierno quiso llevar adelante una contención social. Tuvimos mucho vínculo con el Ministerio de Desarrollo Social del gobierno anterior. Era necesario. Veíamos que, si no, íbamos al caos. Si los movimientos populares no hubieran contenido esa realidad, hubiéramos tenido problemas serios. En medio de eso se hizo el relevamiento de los barrios populares, un ejemplo de diálogo entre el Ministerio de Desarrollo Social, la Jefatura de Gabinete en una primera instancia, y los movimientos populares. Para ello se llamó a Un Techo Para Mi País y a Cáritas. Fuimos testigos de un diálogo difícil. Había posturas diferentes. A cada rato uno podía levantarse de la mesa. Incluso hubo momentos en los se cortó, pero se pudo hacer un relevamiento de los barrios populares, establecer un domicilio legal. Fue una enorme conquista para la gente que vive en villas de emergencia y se adquirió el derecho formal a los servicios. Todo esto fue un paso grande, a mi modo de ver, que se realizó en el anterior gobierno. Si bien la urgencia hace necesario a un subsidio, la meta tiene que estar en dar trabajo genuino. Allí las personas pueden desarrollarse y sentir pertenencia. En la encíclica Fratelli tutti, cuando el Papa habla de la mejor política en el capítulo quinto, cómo incidir en un proceso de creación de trabajo es parte de la responsabilidad del político. Tanto como ocuparse por los últimos en primer lugar. Es un llamado a concebir la política como un ocuparse por los últimos, como incluir.