Después de mediodía el Santo Padre recibió en audiencia, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, a una delegación del Centro Franciscano de Solidaridad de Florencia, compuesta por cincuenta personas. En su alocución, el Papa manifestó su complacencia por esta visita, a estos queridos hermanos y hermanas y agradeció a su presidenta, María Eugenia Ralletto, las palabras de saludo que le dirigió en nombre de todos.

El Papa comenzó recordando que desde hace muchos años, en la ciudad italiana de Florencia, llevan a cabo un valioso servicio de escucha y cercanía a las personas que se encuentran en condiciones económicas y sociales difíciles: familias que tienen que afrontar dificultades de diversa índole y personas mayores o discapacitadas que necesitan apoyo y compañía. Por esta razón y, en primer lugar, el Pontífice les dio las gracias por esta labor, a lo que añadió:

“En un mundo que tiende a correr a dos velocidades, que por un lado produce riqueza pero por otro genera desigualdad, ustedes son una obra eficaz de asistencia, basada en el trabajo voluntario, y, a los ojos de la fe, están entre los que siembran las semillas del Reino de Dios”

Después de recordar que Jesús, al venir al mundo y proclamar el Reino del Padre, se acercó a las heridas humanas con compasión, acercándose especialmente a los pobres, marginados y descartados, sin olvidar a los descorazonados, abandonados y oprimidos, el Papa les dijo:

“Cristo nos ha revelado el corazón de Dios: es un Padre que quiere salvaguardar, defender y promover la dignidad de cada uno de sus hijos e hijas, y que nos llama a construir las condiciones humanas, sociales y económicas para que nadie sea excluido o pisoteado en sus derechos fundamentales, nadie tenga que sufrir por falta de pan material o por soledad”.