“La Navidad, cuyo tiempo está concluyendo, nos mantuvo en un clima de humildad propicio para una vida virtuosa. Para su concreción nos resultó imprescindible atenernos a la celebración. A la luz de la Palabra, suministrada por la liturgia de la Iglesia, fue preciso exponer el corazón a la gracia generada por los sacramentos”, señaló el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna.

En su sugerencia para la homilía dominical, el prelado recordó que “el Bautismo, inaugurado por Jesús, al obligar a su Precursor a administrarle el suyo, vuelve la comunidad de quienes ya han sido bautizados, o están por serlo, a la trascendencia de su celebración”.

“El Bautismo, ofrecido a la apóstoles como único medio de salvación, debe recuperar su lugar en la conciencia de los cristianos. Se solicita su administración sin medir el grado enorme de compromiso que asumen padres y padrinos, y, como consecuencia, quienes son bautizados”, advirtió. 

“Es la ocasión de un examen honesto, recordando el cuestionamiento de un antiguo pastor protestante: ‘bautizados ¿son ustedes aún cristianos?’”, concluyó.

Texto de la sugerencia
1.- Lo “justo” es lo que el Padre quiere. Ante la humilde declaración del Bautista, rechazando el intento de confundirlo con el Mesías, todos se hacían bautizar. Entre los penitentes aparece Jesús, como uno más, haciéndose cargo de una expresión penitencial que no corresponde a su identidad divina. El texto de Lucas supone lo que sabemos por Mateo. Existe un forcejeo piadoso entre Jesús y Juan. Finalmente se impone la voluntad de Cristo, que es la del Padre: “Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo”.  (Mateo 3, 15) Al hecho sobreviene la declaración excepcional de Dios Padre: “Se oyó entonces una voz del cielo: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.  (Lucas 3, 22) La voluntad del Padre es que el Mesías aparezca como uno más, al servicio humilde de todos, para redimirlos, y que, como manso Cordero, “quite el pecado del mundo”.

2.- El pecado del mundo. ¿En qué consiste el pecado del mundo? En el desconocimiento de Dios como Verdad y supremo fin del hombre. La seductora propuesta diabólica de ser como dioses adopta formas reclasificables, a lo largo de la historia. La pretensión de vivir sin contenciones morales, auto eximidos de rendir cuentas a nadie, es una constante que avanza peligrosamente en la sociedad contemporánea. El propósito erróneo de excluir a Dios de la vida, otorgándole una formal e inconsistente representación, domina las nuevas formas de la cultura moderna. Hasta cerciorarnos de que la Verdad es el mismo Cristo -la Palabra encarnada- andaremos a la deriva, sin capacidad de adoptar un rumbo cierto. Es lo que está ocurriendo hoy. Basta observar y escuchar lo que sucede en derredor nuestro. Con facilidad se declara caduco lo que sostuvo, hasta hoy, la moral y ética ciudadana. Como consecuencia se agrede sin piedad a quienes sostienen valores tradicionales, como si fueran los enemigos del auténtico progreso. Existe una inocultable confusión entre la sana libertad de expresión y el libertinaje descontrolado y adverso al desarrollo auténtico de la persona humana.

3.- Aceptación y rechazo del Evangelio. El Evangelio, y sus legítimas aplicaciones, es considerado extemporáneo y extrañamiento incómodo a nuestro mundo. Por eso se lo ataca y, peor aún, se lo pretende silenciar. Sus lecturas contradictorias constituyen intentos deplorables de mandarlo a la quema de los desechos. Preguntemos a quienes, sin negarlo, lo condenan al silencio y a la indiferencia. Entre ellos, muchos se reconocen cristianos, ya que el Bautismo, como decía el novelista católico inglés Graham Green: “les (había prendido) como vacuna”. Nadie puede renunciar a lo que lo identifica esencialmente. Ha pasado ya la moda estúpida de pretender renunciar al carácter bautismal por desavenencias con la Iglesia que institucionalmente reúne a los bautizados. En una sociedad que, con absoluto descaro, se da cabida a la idea de que la diferencia sexual es producto de una opción meramente cultural, puede esperarse cualquier aberración, tanto en el pensamiento como en la conducta moral.

4.- Recuperar el valor del Bautismo. La Navidad, cuyo tiempo está concluyendo, nos mantuvo en un clima de humildad propicio para una vida virtuosa. Para su concreción  nos resultó imprescindible atenernos a la celebración. A la luz de la Palabra, suministrada por la Liturgia de la Iglesia, fue preciso exponer el corazón a la gracia generada por los Sacramentos. El Bautismo, inaugurado por Jesús, al obligar a su Precusor a administrarle el suyo, vuelve la comunidad de quienes ya han sido bautizados, o están por serlo, a la trascendencia de su celebración. El Bautismo, ofrecido a la Apóstoles como único medio de salvación, debe recuperar su lugar en la conciencia de los cristianos. Se solicita su administración sin medir el grado enorme de compromiso que asumen padres y padrinos, y, como consecuencia, quienes son bautizados. Es la ocasión de un examen honesto, recordando el cuestionamiento de un antiguo pastor protestante: “Bautizados ¿son ustedes aún cristianos?”.