Hoy celebramos a la Madre de Dios bajo la advocación de “Santa María, Auxilio de los cristianos” (Maria Auxilium Christianorum), conocida popularmente como Santa María Auxiliadora.

“En el cielo nos quedaremos gratamente sorprendidos al conocer todo lo que María Auxiliadora ha hecho por nosotros en la tierra”, decía San Juan Bosco, quizás el más grande difusor del amor a María Auxiliadora. Esta hermosa piedad ha estado presente en la Iglesia y en la vida de los fieles desde antiguo, cada vez que algún cristiano, hijo de María, atraviesa por alguna dificultad.

Devoción enraizada profundamente

Los cristianos de los primeros siglos aprendieron a invocar a la Virgen con el nombre de “Auxiliadora”. Los dos títulos más frecuentes que podían leerse en las antiguas iglesias o monumentos de Oriente eran: “Madre de Dios” (Theotokos) y “Auxiliadora” (Boeteia). Santos como San Juan Crisóstomo, San Sabas y San Sofronio hicieron uso de ambos títulos para referirse a la Madre de Dios.

Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla y Padre de la Iglesia de Oriente, define así a la Virgen María (s. IV): “Auxilio potentísimo, fuerte y eficaz de los que siguen a Cristo”; mientras que San Juan Damasceno fue el primero en difundir una jaculatoria dedicada a Ella (s. VIII): “María Auxiliadora, ruega por nosotros”.

Hacía el año 733, San Germán de Constantinopla escribió un bello texto: "Oh María tú eres poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda".

María Auxilio de los cristianos

En el siglo XVI, el Papa San Pío V, gran devoto de la Virgen, después de la victoria cristiana sobre los ejércitos musulmanes en la batalla de Lepanto, ordenó que se incluya en el corpus de las letanías marianas la invocación a “María Auxilio de los cristianos”.

En los tiempos de Napoleón, el Papa Pío VII fue apresado por órdenes del emperador francés. El Pontífice pidió el auxilio de María para superar la terrible situación -con una Iglesia secuestrada por el poder imperial-, prometiéndose que, una vez recuperada su libertad, decretaría una nueva fiesta mariana para la Iglesia. Una vez producida la caída de Napoleón, el Santo Padre retorna triunfante a la sede pontificia el 24 de mayo de 1814 y decreta que esa fecha sea destinada para celebrar cada año la Fiesta de María Auxiliadora.

Un año después de estos acontecimientos nacía San Juan Bosco, a quien la Virgen se le apareció en sueños para pedirle que construyera un templo en su honor, con el título de Auxiliadora. Es así que el santo italiano inició la construcción de dos “monumentos”: uno físico, que es la Basílica de María Auxiliadora en Turín; y uno “vivo”, conformado por las religiosas Hijas de María Auxiliadora.

¡Acógete a la Madre que siempre nos auxilia!

Don Bosco solía enseñar a los jóvenes que él y muchos fieles devotos de la Auxiliadora habían obtenido grandes favores del Cielo. Los medios por excelencia para obtener esas gracias -decía el santo- eran el rezo de la novena a María Auxiliadora y la repetición constante de la jaculatoria de San Juan Damasceno.

“Confiad siempre en Jesús Sacramentado y María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”, afirmaba, sin reparos, el fundador de los salesianos.