El arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina, Mario Aurelio Poli, presidió en la mañana del 25 de mayo, el tedeum por el 212° aniversario del Primer Gobierno Patrio. 

La oración cívico-religiosa estuvo concelebrada por los obispos auxiliares de Buenos Aires, monseñor José María Baliña, monseñor Joaquín Sucunza, monseñor Gustavo Carrara y monseñor Ernesto Giobando SJ, y el rector de la catedral, presbítero Alejandro Russo.

Asistió al tedeum el presidente de la Nación, doctor Alberto Fernández; el jefe de gabinete de Ministros, Juan Luis Manzur; el ministro del interior, Eduardo De Pedro, el ministero de Relaciones Exteriores, Santiago Cafiero, el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Sergio Massa, demás funcionarios del Gabinete nacional y el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.

En sus palabras, el cardenal Poli animó a volver la mirada a las raíces de la identidad como Nación que “en este día, alcanza su expresión más sublime y ejemplar”.

Recordando la Revolución de Mayo, el primado argentino destacó que fue el comienzo de un proceso “que entre luces y sombras, con una enorme cuota de sangre ofrendada por muchos hermanos, llega hasta nuestros días”.

“Si acaso esta oración cívico-religiosa del tedeum es para dar gracias a Dios por su sacrificio y rogar que los tenga en su gloria, habremos realizado un supremo acto de piedad y de justicia”, afirmó.

El cardenal Poli manifestó luego el deseo de renovar la fidelidad a la noble herencia que nos urge reivindicar para todos los que habitamos la tierra bendita del pan. “Cuando este falta en tantas familias, es cuando más tenemos que pensar en nuestro prójimo y en sus necesidades básicas: educación, salud, justicia”, afirmó.

Para responder a la pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”, el cardenal hizo referencia al Evangelio que narra la parábola del buen samaritano. Su protagonista, explicó, “es un hombre corriente que lleva lo necesario para el viaje: agua, vino, aceite, vendas. Es un samaritano, pertenecía a un pueblo que los judíos consideraban pagano, pero en verdad no lo era: creía en el único Dios de todos”. 

“El viaje se hace monótono, hasta que en un recodo del camino alcanza a ver el cuerpo tendido de un semejante, y solo por eso se conmovió, se apeó y al acercarse constató que estaba con vida. El relato contrasta su actitud con la de las dos personas religiosos que lo precedieron, que también lo vieron, pero lejos de acercarse dieron un rodeo y no se comprometieron”, detalló. 

“El samaritano se dejó llevar por el primer sentimiento del corazón, que es el bueno, sin cálculos ni vueltas. Había que hacerlo y lo bajó a las manos, con pocas y razonables palabras”, afirmó. “Él trató al desconocido como hubiese querido ser tratado en similares circunstancias: una regla de oro en las relaciones humanas. Encontró a aquella persona con algunos signos vitales y él se puso al servicio del más importante de los derechos humanos: el derecho a la vida”.

“A la luz de esta enseñanza no podemos abstenernos de evocar los inmensos tesoros solidarios del que ha dado pruebas nuestro pueblo en situaciones difíciles. Son hombres y mujeres anónimos que no pasan de largo ante el dolor del semejante, comparten tiempo, bienes y sin medir sacrificios renuevan en el cuerpo social el anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón de cada ser humano”, valoró.

“La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a los ideales que hacen la vida más bella y digna”, agregó, citando al Santo Padre.

Seguidamente, se dirigió “a todos esos samaritanos de a pie que nos están viendo y escuchando en el país” y alentó: “No dejen de serlo, los necesitamos, son el alma de la Argentina fraterna en la que deseamos vivir. Hay un mañana esperanzador si no renunciamos a los valores auténticos que nos vienen del pasado. Siempre habrá destino si somos capaces de renunciar a nosotros mismos, por algo que está más allá de nosotros mismos. Cuando pensamos en los demás, antes que en nosotros, el Dios de la Constitución actúa en forma soberana”, consideró.

Y haciendo una comparación, expresó: “Precisamente, la parábola presenta una sorprendente paradoja: la persona anónima de ese hombre a quienes los ladrones despojaron representa a toda la humanidad herida al borde del camino de la vida, y cuando alguien se detiene para tender su mano solidaria, es el mismo Jesús el que se acerca, toca la carne herida, se compadece de la víctima y hace lo posible para mitigar su sufrimiento”.

Citando la Fratelli tutti, el arzobispo añadió: “En medio de las tensiones que parecen repetir crueles enfrentamientos, el Papa nos dice: «Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que ‘la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro’. Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino»”.

Y continuando con el mensaje de Francisco, afirmó que “estamos ante la categoría de un nuevo humanismo, donde la persona está en el centro y se valora, ante todo, su inalienable dignidad”.

En ese sentido, animó a “pensar y gestar una sociedad más abierta, porque 'la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte'”.

“La democracia, que nos sostiene como cuerpo social organizado en instituciones, da lugar a la fraternidad, pero además requiere de la ética, la bondad y la solidaridad, la honestidad, el diálogo siempre beneficioso para el acuerdo y el compromiso por el bien común de todos”, advirtió el cardenal. “Sin estos valores que dan fundamento a la vida social, surge el enfrentamiento de unos con otros para preservar sus propios intereses”.

“No despreciemos la fe que nos ayuda a trascender, nos pone de pie después de la caída, nos anima en la adversidad y nos permite ver posibilidades donde otros solo ven fracasos. Por eso me animo a decir que no nos cansemos de promover el bien, la justicia, la paz, cuidando de transmitir a las actuales generaciones de niños y niñas, adolescentes y jóvenes los valores más auténticos y el acervo cultural que nos identifica, para que ejerzan el derecho de saber que hay futuro y razones profundas para seguir viviendo y amando en nuestra Patria. Confiamos a las buenas manos de las familias y de la educación pública este deseo cordial”, concluyó, con un “¡Viva la Patria!”, que fue respondido por los presentes.

El cardenal Poli presentó luego el canto del tedeum, “para dar gracias y pedir intensamente la luz de Dios, fuente de toda razón y justicia”.

Luego, representantes de los distintos cultos que se profesan en el suelo argentino, elevaron juntos la oración por la paz de San Francisco de Asís. Los presentes rezaron juntos el Padrenuestro y suplicando la intercesión maternal de la Virgen de Luján, próxima a cumplir 400 años juntos al pueblo argentino, el coro dedicó una canción a ella.

La celebración finalizó con la entonación del himno nacional argentino, y el saludo de los representantes de los distintos credos al presidente Fernández.