Hoy celebramos a Santa Juana de Arco, campesina, heroína y mística francesa del s. XV. Durante muchos siglos su figura fue motivo de controversia hasta que, gracias a una mirada más amplia y fidedigna, la “Doncella de Orleans” fue reivindicada y su santidad reconocida.

A pesar de lo breve de su vida -murió a los 19 años- Juana comprendió perfectamente algo que a la mayoría de seres humanos nos es esquivo: que siendo nuestra naturaleza frágil y débil, también es capaz, con la gracia de Dios, de alcanzar las cumbres de la virtud y la nobleza de espíritu.

Santa Juana de Arco se hizo instrumento en las manos de Dios para cambiar los corazones de muchos, quienes dejando de lado miedos y mezquindades fueron capaces de dar lo mejor de sí para defender los dones recibidos de Dios. Basta recordar las palabras de la santa frente a quienes la condenaron a muerte: “Yo no he hecho nada que no me haya sido ordenado por Dios o por sus ángeles”.

Símbolo de una nación

Hoy, Santa Juana de Arco es reconocida como Patrona de Francia. No podía ser de otra manera pues la santa desempeñó un papel decisivo como lideresa de su nación y protectora de la fe de su pueblo. En los momentos más difíciles, Juana fue testimonio del poder de la oración y del amor a la Iglesia, incluso a riesgo de perder la vida.

Santa Juana de Arco nació en 1412 en Domrémy (Francia). Fue una niña pobre, pero que recibió el más grande tesoro: la fe en Jesucristo. A pesar de su juventud, supo establecer una relación cercana y profunda con el Señor. Fue una niña piadosa, dada a la oración y a la asiduidad con los sacramentos; siempre dispuesta a servir a quienes tenían menos que ella. En el seno familiar, adquirió los pilares de su vida: la solidaridad y la acogida, el amor al campo y al pastoreo. Como en su pueblo era frecuente el paso de peregrinos, a Juana se le solía ver tratando a los viajeros con amabilidad y caridad cristiana.

La vida del cristiano es una “milicia”

La apacible vida de Juana dio un giro violento cuando Inglaterra invadió Francia. Las ciudades y pueblos franceses iban cayendo uno tras otro y Carlos VII, el Delfín francés, parecía incapaz de poder contener la invasión. Sus continuos fracasos mellaron la imagen del príncipe y fueron percibidos como una prueba de que todo estaba perdido.

En ese contexto, Santa Juana, con sus precoces catorce años, inicia su itinerario espiritual. Encuentra en la oración la fuerza que necesitaba para verse fortalecida y poder acompañar a quienes tenía cerca. Mientras el pesimismo asfixiaba el corazón de muchos, el suyo se ensanchaba de confianza en Cristo gracias a la oración. De pronto empezó a tener experiencias místicas. A Juana se le aparecen San Miguel Arcángel, Santa Catalina de Siena y Santa Margarita, quienes le encomiendan, en nombre de Dios, “salvar a Francia”. Ella entiende que es la Providencia divina quien la ha elegido, así que emprende el camino para encontrarse con Carlos VII.

“Sierva de Orleans”

Después de superar muchos obstáculos, Juana consigue ser recibida en audiencia por el Delfín francés. Se dice que este se hizo pasar de cortesano para desconcertarla, pero ella lo ubicó rápidamente y le habló con autoridad. Cuán persuasivo habrá sido el discurso de Juana ante la corona que el Delfín acepta enviarla con sus tropas. Entonces, Juana parte al mando de la expedición que enfrentaría a los ingleses en la ciudad de Orleans.

Así, llegó el día en el que el ejército francés se topó con el invasor. Antes de la batalla, Juana se puso al frente de las huestes reales. Sobre su caballo arengó a los hombres, llena de confianza en Dios, mientras portaba un estandarte con los nombres de Jesús y María.

Después del arduo enfrentamiento, la ciudad de Orleans fue recuperada. Juana había conseguido un triunfo contundente que atribuyó a la mano de Dios. Gracias a esa victoria la figura del Delfín se fortaleció, y este pasaría a ser coronado rey, con el nombre de Carlos VII. Santa Juana había concluido con éxito la misión que Dios le había confiado.

La hoguera

Lo que sucedería después estuvo muy lejos de la victoria militar definitiva. La desazón que esta situación generó produjo tensiones entre la santa y la realeza. Poco después Juana sería apresada en el campo de batalla por los borgoñones -aliados de los ingleses-, quienes la vendieron al ejército invasor. Para acabar con ella, es sometida a un juicio sumario, acusada de hechicería y herejía. Los jueces no le concedieron el derecho a defensa y solo se limitaron a determinar que las experiencias místicas de Juana habían sido en realidad revelaciones diabólicas. El castigo era la pena de muerte.

Santa Juana de Arco sería condenada a la hoguera por hereje y renegada. El 30 de mayo de 1431 fue conducida a la plaza del mercado de Rouen donde tendría lugar su martirio y ejecución. Santa Juana murió mirando la cruz que se alzaba frente a ella, repitiendo con firmeza el santo nombre de Jesús. Tenía tan solo 19 años.

La luz de la justicia

El Papa Calixto III, años más tarde, nombró una comisión para examinar lo sucedido con Juana. Lamentablemente, la Universidad de París, que se arrogaba el derecho de control sobre los asuntos pontificios, y cuyos miembros apoyaron al último antipapa, Félix V, contribuyó al descrédito en el que cayó la santa. Pasarían muchos siglos para que su imagen quede rehabilitada plenamente.

Cabe subrayar que la espada de Juana jamás se tiñó de sangre, su liderazgo fue siempre espiritual: durante las batallas se mantuvo rezando, sostenida de su estandarte.

Por otro lado, Juana de Arco, con su lucha, salvó a Francia de quedar anexada a Inglaterra, con lo que se habría visto envuelta en el cisma de Enrique VIII y la Iglesia anglicana, acontecido tiempo después.

Santa Juana de Arco finalmente fue canonizada por Benedicto XV en el año 1920.