El llamamiento, otro más, llega casi en silencio, tras los saludos a los grupos en la Plaza que normalmente cierran el Ángelus. Pero el alcance es universal, una especie de llamada de atención que implica a los que escuchan mucho más allá del perímetro de las columnas de Bernini.

El Papa acaba de mencionar al último de los grupos que tiene en su lista, al que quiere dirigir un saludo especial, una asociación ciclista de Sesto San Giovanni, cuando inmediatamente añade: “Y no olvidemos al martirizado pueblo ucraniano en estos momentos, pueblo que está sufriendo. Me gustaría que quedara una pregunta en todos ustedes: ¿qué hago hoy por el pueblo ucraniano?”

La pregunta no se queda sola. Un puñado de segundos y se añaden cuatro más -el último enlaza con el primero-, el esquema podría decirse que es el de un examen de conciencia mundial, que no se dirige como en otras ocasiones a los dirigentes que tienen en sus manos el destino del planeta, sino al individuo, para subrayar que ante semejante tragedia, ante el sufrimiento de un "pueblo martirizado", no hay una primera y una segunda línea de acción, sino una responsabilidad humana colectiva que no distingue entre gobernantes y gobernados y que llama sobre todo a los que tienen fe: “¿Rezo? ¿Estoy ocupado? ¿Intento comprender? ¿Qué hago hoy por el pueblo ucraniano? Que cada uno se responda a sí mismo en su propio corazón.”

El Ángelus se cierra entonces, como siempre, con los saludos dominicales de Francisco, en medio de las columnas que se vacían permanece el eco de aquellas preguntas.