“Gracias por haber vivido intensamente estos días de intercambio, trabajo y compromiso con el signo del diálogo, que tienen un valor aún más precioso durante un período tan difícil, al que, además de la pandemia, se agrega el peso de la locura insensata de la guerra”. Con palabras de agradecimiento por los tres días de camino recorrido “juntos”, el Papa Francisco inicia su quinto y ultimo discurso en tierra kazaja, dirigiéndose a los participantes en el VII Congreso de Líderes de las religiones Mundiales y tradicionales llegados desde diferentes partes del mundo “trayendo la riqueza de sus credos y de sus culturas”.

Escenario del último compromiso del Papa en Kazajistán, el jueves 15 de septiembre, fue el Palacio de la Independencia de Nursultán,  donde los participantes dieron primero lectura a la “Declaración Final” que concluye el VII Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales, para luego escuchar las palabras del Santo Padre.

Hay demasiado odio y divisiones, demasiada falta de diálogo y de comprensión del otro; esto, en el mundo globalizado, resulta aún más peligroso y escandaloso. No podemos salir adelante conectados y separados, vinculados y desgarrados por tanta desigualdad. Así pues, gracias por los esfuerzos realizados en favor de la paz y la unidad.

Francisco agradece también a las autoridades por la organización del encuentro y a la “amigable y valiente” población de Kazajistán “capaz de abrazar otras culturas preservando su noble historia y sus valiosas tradiciones. “Kiop raqmet! Bolshoe spasibo! Thank you very much!”

El aporte positivo de las tradiciones religiosas al diálogo

Una visita llegada a su fin bajo el lema Mensajeros de la paz y la unidad. “Está en plural, porque el camino es común” precisa el Papa, remarcando la importancia de este Congreso que, desde su nacimiento en 2003, reafirma el aporte positivo de las tradiciones religiosas al diálogo y a la concordia entre los pueblos.

Después de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, era necesario reaccionar, y reaccionar juntos, ante el clima incendiario que la violencia terrorista quería provocar y que amenazaba con hacer de las religiones un factor de conflicto. Sin embargo, el terrorismo de matriz pseudorreligiosa, el extremismo, el radicalismo, el nacionalismo alimentado de sacralidad, fomentan todavía hoy temores y preocupaciones en relación a la religión. Por eso en estos días ha sido providencial reencontrarnos y reafirmar la esencia verdadera e irrenunciable de la misma.

A este respecto, el Papa retoma la Declaración de este Congreso que afirma que “el extremismo, el radicalismo, el terrorismo y cualquier otra incitación al odio, a la hostilidad, a la violencia y a la guerra, cualquier motivación u objetivo que se propongan, no tienen relación alguna con el auténtico espíritu religioso y han de ser rechazados con la más resuelta determinación (cf. n. 5); han de ser condenados, sin condiciones y sin ‘peros’”. Además, señala, “el respeto mutuo y la comprensión deben ser considerados esenciales e imprescindibles en la enseñanza religiosa”, independientemente de su pertenencia religiosa, étnica o social.

Defender el derecho a la libertad religiosa  

Continuando su discurso, Francisco afirma que existe “un vínculo sano entre política y trascendencia, una sana coexistencia que conserve los ámbitos diferenciados”.  “Por eso -añade - quien desee expresar de manera legítima su propio credo, que sea amparado siempre y en todo lugar”.

¡Cuántas personas, en cambio, aún hoy son perseguidas y discriminadas por su fe! Hemos pedido con firmeza a los gobiernos y a las organizaciones internacionales competentes que apoyen a los grupos religiosos y a las comunidades étnicas que han sufrido violaciones a sus derechos humanos y a sus libertades fundamentales, y violencia por parte de extremistas y terroristas, también como consecuencia de guerras y conflictos militares (cf. n. 6). Sobre todo, es necesario comprometerse para que la libertad religiosa no sea un concepto abstracto, sino un derecho concreto. Defendamos para todos el derecho a la religión, a la esperanza, a la belleza, al cielo.

El Santo Padre señala además que la Iglesia católica “cree también en la unidad de la familia humana” y cree que “todos los pueblos forman una comunidad” (Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Nostra aetate, 1). Por eso, -dice- desde que comenzamos estos Congresos, la Santa Sede, especialmente por medio del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, ha participado activamente. Y quiere seguir haciéndolo.

El camino del diálogo interreligioso es un camino común de paz y por la paz, y como tal, es necesario y sin vuelta atrás. El diálogo interreligioso ya no es sólo una posibilidad, es un servicio urgente e insustituible para la humanidad, para alabanza y gloria del Creador de todos.

Mirar el bien del ser humano

Un camino común que tiene como punto de convergencia, como ya evidenciado por Juan Pablo II hacer veintún años, al hombre que es “el camino de la Iglesia”:

Quisiera decir hoy que el hombre es también el camino de todas las religiones. Sí, el ser humano concreto, debilitado por la pandemia, postrado por la guerra, herido por la indiferencia. El hombre, creatura frágil y maravillosa, que «sin el Creador desaparece» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 36) y sin los demás no subsiste. Que se mire el bien del ser humano más que a los objetivos estratégicos y económicos, más que a los intereses nacionales, energéticos y militares, antes de tomar decisiones importantes. Para tomar decisiones que sean verdaderamente grandes, que se mire a los niños, a los jóvenes y a su futuro, a los ancianos y a su sabiduría, a la gente común y a sus necesidades reales.  

Trascendencia y fraternidad

Francisco recuerda que las grandes sabidurías y religiones están llamadas a dar testimonio de la existencia de un patrimonio espiritual y moral común, que se funda sobre dos pilares: la trascendencia y la fraternidad. Y éste es el espíritu que impregna la Declaración de nuestro Congreso, del cual, en conclusión, el Papa destaca tres palabras.

La paz “urgente”

“La primera – afirma – es la síntesis de todo, la expresión de un grito apremiante, el sueño y la meta de nuestro camino: ¡la pazBeybitşilik, mir, peace!” . Una paz “urgente”, que requiere “dar testimonio de ella, predicarla, implorarla”. Por eso, afirma Francisco,  la Declaración exhorta a los líderes mundiales a detener los conflictos y el derramamiento de sangre en todo lugar, y a abandonar retóricas agresivas y destructivas (cf. n. 7).

Les rogamos, en nombre de Dios y por el bien de la humanidad: ¡comprométanse en favor de la paz, no en favor de las armas! Sólo sirviendo a la paz, el nombre de ustedes será grande en la historia.

Mujeres más respetadas, reconocidas e incluidas  

“Si falta la paz – prosigue el Papa – es porque falta el cuidado, la ternura, la capacidad de generar vida. Y, por lo tanto, hay que buscarla implicando mayormente  - esta es la segunda palabra -  a la mujer”.

Porque la mujer cuida y da vida al mundo, es camino hacia la paz. Por eso apoyamos la necesidad de proteger su dignidad, y de mejorar su estatus social como miembro de la familia y de la sociedad con los mismos derechos (cf. n. 24). También a las mujeres se les han de confiar roles y responsabilidades mayores. ¡Cuántas opciones que conllevan muerte se evitarían, si las mujeres estuvieran en el centro de las decisiones! Comprometámonos para que sean más respetadas, reconocidas e incluidas.

Construir un mundo pensando en los jóvenes

Por último, el Pontífice habla de la tercera palabra: los jóvenes. “Ellos – dice – son los mensajeros de la paz y la unidad de hoy y del mañana. Ellos son los que, más que otros, invocan la paz y el respeto por la casa común de la creación”.

En cambio, las lógicas de dominio y de explotación, el acaparamiento de los recursos, los nacionalismos, las guerras y las zonas de influencia trazan un mundo viejo, que los jóvenes rechazan, un mundo cerrado a sus sueños y a sus esperanzas.

“En las manos de los jóvenes pongamos oportunidades de instrucción, no armas de destrucción”, pide el Papa al tiempo que invita a escucharlos “sin miedo a dejarnos interrogar por ellos. Sobre todo, construyamos un mundo pensando en ellos”.

La extraordinaria multirreligiosidad y multiculturalidad de la población de Kazajistán “nos ofrece un ejemplo de futuro”, concluye el Papa. “¡Vayamos adelante así, caminando juntos en la tierra como hijos del Cielo, tejedores de esperanza y artesanos de concordia, mensajeros de la paz y la unidad!”.