Ella partió al encuentro del Señor un día como hoy, pero de 1863, con poco más de ochenta años. Por eso, los peruanos y los dominicos de todo el mundo la recuerdan en este día como la religiosa ejemplar que fue: espiritual y mística, atenta servidora, formadora de novicias y priora.

El Papa San Juan Pablo II la beatificó en una ceremonia realizada en su natal Arequipa (sur del Perú) el 2 de febrero de 1985. En aquella oportunidad el Santo Padre afirmó: “Sor Ana de los Ángeles confirma con su vida la fecundidad apostólica de la vida contemplativa en el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia”. Y es que Sor Ana fue educada por santas mujeres a través de las cuales conoció y siguió, en tierras americanas, los pasos espirituales de Santa Catalina de Siena.

Sor Ana nació en la ciudad de Arequipa (Perú) a inicios del siglo XVII. Según la costumbre de la época, fue internada en el monasterio local para su educación e instrucción. Dicho monasterio pertenecía a la rama femenina de la Orden de Predicadores (dominicas).

Al concluir su educación, regresó al hogar a petición de sus padres, quienes querían casarla, pero ella se opuso a tal voluntad y expresó su deseo de ser religiosa. Ana no descubría mayor agrado en los halagos del mundo, ni le interesaba la idea de un “ventajoso matrimonio”.

Ella quería entregarle su vida a Cristo y nada más; incluso estaba dispuesta a defender su ideal de vida frente a la indignada reacción de sus padres.

Se cuenta que un día, estando de vuelta en el siglo, tuvo una visión de Santa Catalina de Siena en la que la santa le mostraba el hábito de las monjas dominicas de clausura. Para Ana, aquella visión era confirmación suficiente de su llamado y se convertiría en poderoso argumento para regresar al monasterio.

Sus padres intentaron disuadirla. Le ofrecieron joyas, vestidos y comodidades, pero la beata mantuvo su posición con firmeza. Con el correr del tiempo, su padre sería el primero en aceptar su voluntad, mientras que su madre, desconsolada, dio su consentimiento posteriormente, pero le pidió que no regresara más a casa.

La dote para ingresar al monasterio la pagó su hermano Francisco, de quien se sabe fue sacerdote.

Al hacer sus votos religiosos, Sor Ana añadió “de los Ángeles” a su nombre. En el convento, su casa definitiva, mantuvo siempre un espíritu sereno y de sobrio entusiasmo. No era un secreto lo feliz que se sentía al poder seguir el itinerario espiritual de Santo Domingo de Guzmán y de Santa Catalina de Siena.