El papa Francisco reflexionó sobre el tema “Vocación: Gracia y Misión”, en su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, publicado hoy, miércoles 26 de abril. “Este día, escribe el pontífice, es una preciosa oportunidad para recordar con asombro que la llamada del Señor es gracia, don total, y al mismo tiempo un compromiso de llevar el Evangelio a los demás”.

La Jornada de Oración por las Vocaciones, se celebrará el domingo 30 de abril, cuarto domingo de Pascua, cuando en la Iglesia se lee el pasaje evangélico del Buen Pastor (Juan 10,1-10).

En su mensaje, el Santo Padre subraya que cada persona humana es elegida por Dios, “creada por amor, para el amor y con amor, y hecha para el amor”. Recordando su propia llamada al sacerdocio, Francisco explica que la llamada de Dios “tiende a darse a conocer gradualmente”, y que exige una respuesta de nuestra parte. “La vocación es 'la interacción entre la elección divina y la libertad humana'… Dios nos llama en amor y nosotros, a su vez, le respondemos en amor”.

No hay vocación sin misión
Al mismo tiempo, prosigue el pontífice, “la llamada de Dios, incluye un 'envío'. No hay vocación sin misión”. El papa Francisco destacó, una vez más, que todo cristiano bautizado está llamado a “dar un testimonio gozoso” de nuestra experiencia de Jesús a través de las obras de misericordia espirituales y corporales. En el servicio a Dios y al prójimo, “llegamos a comprender el corazón de la vocación cristiana: imitar a Jesucristo, que vino a servir, no a ser servido”.

Luego, el Santo Padre retoma la imagen de los discípulos en el camino a Emaús, después de la muerte y resurrección de Cristo, y recuerda a los fieles que nuestra vocación no es el resultado de nuestras propias "capacidades, planes o proyectos", sino que proviene de “una profunda experiencia de Jesús”. El Papa rezó para que todo hombre y mujer “se sintiera llamado a levantarse e ir de prisa, con el corazón en llamas”, como aquellos discípulos.

Una "sinfonía" vocacional
Finalmente, Francisco señaló que el llamado de Dios viene desde dentro de la comunidad de la Iglesia. La Iglesia, dijo, “es precisamente una Ekklesía, término griego que significa: asamblea de personas llamadas, convocadas, para formar la comunidad de los discípulos y discípulas misioneros de Jesucristo, comprometidos a vivir su amor entre ellos y a difundirlo entre todos, para que venga el Reino de Dios". 

Todos los miembros de la Iglesia, laicos, laicas, religiosas consagradas y ministros ordenados, tienen un papel que desempeñar en la misión de difundir el Evangelio. 

“Solo en relación con todas las demás”, dijo el Papa, “cualquier vocación particular en la Iglesia revela plenamente su verdadera naturaleza y riqueza”. En este sentido, continuó, “la Iglesia es una 'sinfonía' vocacional, con todas las vocaciones unidas pero distintas, en armonía y unidas en 'salir' para irradiar por todo el mundo la vida nueva del reino de Dios”.

Concluyendo su mensaje, el Papa Francisco describió la vocación como “un don y una tarea, una fuente de vida nueva y de verdadera alegría”. E invitó a los fieles a hacer propia la oración compuesta por el Papa san Pablo VI para la primera Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones: 

“Oh Jesús, divino Pastor de las almas, que llamaste a los apóstoles y los hiciste pescadores de hombres. Sigue atrayendo hacia ti almas ardientes y generosas entre los jóvenes, para hacer de ellos tus seguidores y tus ministros. Hazlos partícipes de tu sed de redención de todos. Abre ante ellos los horizontes del mundo entero. Respondiendo a tu llamada, que prolonguen tu misión aquí en la tierra, edifiquen tu Cuerpo Místico que es la Iglesia, y sean 'la sal de la tierra' y 'la luz del mundo'”.

Texto del Mensaje del Papa para la Jornada de las Vocaciones
Vocación: gracia y misión

Queridos hermanos y hermanas, queridísimos jóvenes:

Es la sexagésima vez que se celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, instituida por san Pablo VI en 1964, durante el Concilio Ecuménico Vaticano II. Esta iniciativa providencial se propone ayudar a los miembros del pueblo de Dios, personalmente y en comunidad, a responder a la llamada y a la misión que el Señor confía a cada uno en el mundo de hoy, con sus heridas y sus esperanzas, sus desafíos y sus conquistas.

Este año les propongo reflexionar y rezar guiados por el tema “Vocación: gracia y misión”. Es una ocasión preciosa para redescubrir con asombro que la llamada del Señor es gracia, es un don gratuito y, al mismo tiempo, es un compromiso a ponerse en camino, a salir, para llevar el Evangelio. Estamos llamados a una fe que se haga testimonio, que refuerce y estreche en ella el vínculo entre la vida de la gracia —a través de los sacramentos y la comunión eclesial— y el apostolado en el mundo. Animado por el Espíritu, el cristiano se deja interpelar por las periferias existenciales y es sensible a los dramas humanos, teniendo siempre bien presente que la misión es obra de Dios y no la llevamos a cabo solos, sino en la comunión eclesial, junto con todos los hermanos y hermanas, guiados por los pastores. Porque este es, desde siempre y para siempre, el sueño de Dios: que vivamos con Él en comunión de amor.

«Elegidos antes de la creación del mundo»
El apóstol Pablo abre ante nosotros un horizonte maravilloso: en Cristo, Dios Padre «nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad» (Ef 1,4-5). Son palabras que nos permiten ver la vida en su sentido pleno. Dios nos “concibe” a su imagen y semejanza, y nos quiere hijos suyos: hemos sido creados por el Amor, por amor y con amor, y estamos hechos para amar.

A lo largo de nuestra vida, esta llamada, inscrita en lo más íntimo de nuestro ser y portadora del secreto de la felicidad, nos alcanza, por la acción del Espíritu Santo, de manera siempre nueva, ilumina nuestra inteligencia, infunde vigor a la voluntad, nos llena de asombro y hace arder nuestro corazón. A veces incluso irrumpe de manera inesperada. Fue así para mí el 21 de septiembre de 1953 cuando, mientras iba a la fiesta anual del estudiante, sentí el impulso de entrar en la iglesia y confesarme. Ese día cambió mi vida y dejó una huella que perdura hasta hoy. Pero la llamada divina al don de sí se abre paso poco a poco, a través de un camino: al encontrarnos con una situación de pobreza, en un momento de oración, gracias a un testimonio límpido del Evangelio, a una lectura que nos abre la mente, cuando escuchamos la Palabra de Dios y la sentimos dirigida directamente a nosotros, en el consejo de un hermano o una hermana que nos acompaña, en un tiempo de enfermedad o de luto. La fantasía de Dios para llamarnos es infinita.

Y su iniciativa y su don gratuito esperan nuestra respuesta. La vocación es «el entramado entre elección divina y libertad humana»[1], una relación dinámica y estimulante que tiene como interlocutores a Dios y al corazón humano. Así, el don de la vocación es como una semilla divina que brota en el terreno de nuestra vida, nos abre a Dios y nos abre a los demás para compartir con ellos el tesoro encontrado. Esta es la estructura fundamental de lo que entendemos por vocación: Dios llama amando y nosotros, agradecidos, respondemos amando. Nos descubrimos hijos e hijas amados por el mismo Padre y nos reconocemos hermanos y hermanas entre nosotros. Santa Teresa del Niño Jesús, cuando finalmente “vio” con claridad esta realidad, exclamó: «¡Al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia [...]. En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor»[2].