Es un tiempo propicio para renovar el amor que todos los bautizados deben profesar por aquella que Dios eligió desde la eternidad para ser madre de Cristo, el Verbo hecho carne para redención del género humano. Dios quiso crecer al calor de una madre como María y ser cuidado por Ella.

Vivamos este mes de la mano de María

En el plan de salvación, la Santísima Virgen María ocupa un lugar especial. En virtud de su maternidad, fue concebida inmaculada, y por fidelidad a su Hijo, ha sido coronada como Reina del Cielo y de la Tierra. Por eso, no hay santidad sin María, porque toda Ella lleva a Cristo.

¡Cómo no dedicar un tiempo a conocerla mejor, a tratar con Ella, que conoció y amó a Jesús como nadie en la tierra! Y que ama a cada uno de sus hijos, los hombres, con cariño y ternura semejantes. La Iglesia, en su sabiduría, pide en consecuencia que sus hijos estén pendientes de la Madre y sean agradecidos por todos sus cuidados.

Modelo para todo cristiano

Por otro lado, María, la más humilde entre las mujeres, es modelo para todos, y de manera especial para cada mujer, tal y como lo expresó el Papa Francisco en abril de 2014 en un mensaje enviado desde Roma a los 20 mil jóvenes que se hallaban reunidos en Buenos Aires, Argentina: “Hay un solo modelo para ustedes, María: La mujer de la fidelidad, la que no entendía lo que le pasaba pero obedeció. La que en cuanto supo lo que su prima necesitaba, se fue corriendo, la Virgen de la Prontitud. La que se escapó como refugiada en un país extranjero para salvar la vida de su hijo”, afirmó el Papa en esa ocasión.

Primera discípula

Años después, Francisco llamaba a María “la primera discípula de Jesús” en una de sus catequesis (24 de agosto de 2021), y nos recordaba que “María está allí, rezando por nosotros, rezando por quien no reza. ¿Por qué? Porque ella es nuestra Madre”.

La Virgen, por Jesús, nos ha acercado el cielo y es la mejor prueba de que es posible alcanzarlo: “Ella nos muestra que el cielo está al alcance de la mano, si también nosotros no cedemos al pecado, alabamos a Dios con humildad y servimos a los demás con generosidad” (Francisco, Ángelus del 15 de agosto del 2022).