El 13 de abril de 1980, el santo Pontífice realizó una visita pastoral a Turín, en el norte de Italia, y dio un breve discurso en el que explicó los beneficios del consuelo de María, que surge del misterio pascual.

Para el Santo Padre “se trata de un consuelo en el significado más profundo de la palabra: restituye la fuerza al espíritu humano, ilumina, conforta y refuerza la fe y la transforma en confiado abandono en la Providencia y en alegría espiritual”.

Asimismo, destacó que María Santísima sigue siendo “la amorosa consoladora en tantos dolores físicos y morales que afligen y atormentan a la humanidad”. Esto lo hace, según comentó el Papa, porque sabe de nuestras penas y dolores, ya que “también Ella ha sufrido”.

Al final rezó la siguiente oración en la que le pide a la Virgen que venga a consolar a la gente del clero, del mundo de la política, a la comunidades católicas  y al pueblo sufriente.

¡Oh Virgen Santísima,
sé Tú el consuelo único y perenne
de la Iglesia a la que amas y proteges!

¡Consuela a tus obispos y a tus sacerdotes,
a los misioneros y a los religiosos,
que deben iluminar y salvar a la sociedad moderna,
difícil y a veces hostil!

¡Consuela a las comunidades cristianas,
dándoles el don de numerosas
y firmes vocaciones sacerdotales y religiosas!

Consuela a todos los que están investidos
de autoridad y de responsabilidades civiles y religiosas,
sociales y políticas,
para que siempre y sólo
tengan como meta el bien común
y el desarrollo integral del hombre,
a pesar de las dificultades y derrotas.

Consuela a este buen pueblo turinés,
que te ama y te venera;
a las muchas familias de los emigrantes,
a los desocupados, a los que sufren,
a los que llevan en el cuerpo
y en el alma las heridas
causadas por dramáticas situaciones de emergencia;
a los jóvenes, especialmente a los que se encuentran,
por muchos y dolorosos motivos,
extraviados o desanimados;
a todos los que sienten en el corazón
una ardiente necesidad de amor,
de altruismo, de caridad, de entrega,
y cultivan altos ideales de conquistas espirituales y sociales.

Oh Madre Consoladora,
consuélanos a todos,
y haz comprender a todos
que el secreto de la felicidad está en la bondad,
y en seguir siempre fielmente a tu Hijo Jesús.