Tras celebrar la Santa Misa por la III Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores, el Papa se asomó desde la ventana del Palacio Apostólico, acompañado por una abuela y su nieto, para rezar la oración mariana del Ángelus. Antes de rezar a la Madre de Dios, Francisco reflexionó sobre parábola del trigo y la cizaña que nos ofrece el Evangelio del día y analizó los distintos "campos" que encontramos en nuestra vida cotidiana, comenzando por el de nuestro mundo, donde Dios siembra trigo y cizaña, "y así el bien y el mal crecen juntos":

Lo vemos en las noticias, en la sociedad, y también en la familia y en la Iglesia. Y cuando, junto al trigo bueno, vemos malas hierbas, nos dan ganas de arrancarlas inmediatamente, de hacer "limpieza total". Pero el Señor nos advierte hoy que ésta es una tentación: no podemos crear un mundo perfecto y no podemos hacer el bien destruyendo precipitadamente lo que está mal, porque esto tiene efectos peores: acabamos -como se dice- "tirando el niño junto con el agua sucia".

Cuidar los brotes de bondad y erradicar las malezas

“Hay, sin embargo, advirtió Francisco, un segundo campo en el que podemos y debemos limpiar: es el campo del corazón, el único en el que podemos intervenir directamente”. También allí hay trigo y cizaña, dijo el Papa, de hecho, es desde allí desde donde ambos se extienden al gran campo del mundo:

Nuestro corazón, en efecto, es el campo de la libertad: no es un laboratorio aséptico, sino un espacio abierto y, por tanto, vulnerable. Para cultivarlo adecuadamente, es necesario, por una parte, cuidar constantemente los delicados brotes de bondad y, por otra, identificar y erradicar las malezas. Así pues, miremos en nuestro interior y examinemos lo que ocurre, lo que crece en nosotros de bien y de mal. Existe un hermoso método para hacerlo: es el examen de conciencia, que sirve precisamente para verificar, a la luz de Dios, lo que sucede en el campo del corazón.

Ver en los demás la belleza de lo que el Señor ha sembrado

Francisco propuso también una reflexión sobre un tercer campo, el del vecino "las personas con las que nos relacionamos cada día y a las que a menudo juzgamos", en las que reconocemos fácilmente su cizaña y en las que no vemos el trigo que crece. El Papa finalizó su reflexión recordando que “si queremos cultivar los campos de la vida, es importante buscar ante todo la obra de Dios”:

Aprender a ver en los demás, en el mundo y en nosotros mismos la belleza de lo que el Señor ha sembrado, el trigo besado por el sol con sus espigas doradas. Pidamos la gracia de saberlo ver en nosotros, pero también en los demás, empezando por los que están cerca de nosotros. No es una mirada ingenua, es una mirada creyente, porque Dios, el agricultor del gran campo del mundo, ama ver lo bueno y hacerlo crecer hasta hacer de la cosecha una fiesta.

Antes de concluir su reflexión, el Santo Padre instó a hacernos algunas preguntas, pensando en el campo del mundo:

¿Sé vencer la tentación de "hacer de cada hierba un montón", de hacer “limpieza total” de los demás con mis juicios? Luego, pensando en el campo del corazón: ¿soy honesto para buscar las malas plantas que hay en mí y decidido arrojarlas al fuego de la misericordia de Dios? Y, pensando en el campo del prójimo: ¿tengo la sabiduría de ver lo bueno sin desanimarme por las limitaciones y la lentitud de los demás?

Finalmente, elevó su oración a la Virgen María para que “nos ayude a cultivar con paciencia lo que el Señor siembra en los campos de la vida”.