Hoy celebramos a San Pantaleón mártir, médico nacido a fines del siglo III en Nicomedia. Es considerado uno de los catorce “santos auxiliadores”; es decir, se pide su intercesión ante males o enfermedades particulares. Pantaleón intercede contra los dolores de cabeza y la tuberculosis.

El nombre “Pantaleón” está copiado del griego y posee un hermoso significado: “El que se compadece de todos” (Παντελεήμων, Panteleímon), rasgo que el santo supo plasmar a través de la Medicina. Todo buen médico debe “compadecerse”, tener empatía con sus pacientes. Precisamente como el dolor no le es indiferente, busca la mejor manera de aliviar o curar.

Gracias a un antiguo manuscrito del siglo IV -hoy conservado en el Museo Británico (Londres, Inglaterra)- podemos conocer datos importantes sobre la vida y la muerte de San Pantaleón.

Nació alrededor del año 275 en Nicomedia (actual Turquía). Fue hijo de madre cristiana, pero no se sintió particularmente tocado por la fe. Apenas alcanzó la edad suficiente, empezó a vivir como un pagano más y rechazó el cristianismo. Sin embargo, su hambre de conocimiento y el deseo de ayudar a otros lo motivaron a hacerse médico, igual que su padre.

Como tal, gozó de gran reputación y fama, llegando a ser galeno del emperador Galerio Maximiano. Así, su vida parecía transcurrir sin mayores preocupaciones, hasta que conoció a Hermolao, un sacerdote cristiano. Este lo animó a conocer otro tipo de “medicina”; esa que reconoce que toda “curación proveniente de lo más alto”.

Fue así como Pantaleón entró en contacto nuevamente con la Iglesia. Poco a poco, el médico fue descubriendo que su saber en torno a la naturaleza humana podía cobrar un sentido más elevado y pleno, muy por encima de sus cálculos iniciales. Dios había permitido que experimentara de cerca el dolor de los enfermos y moribundos para volverlo sobre lo trascendente, sobre aquello que está más allá del cuerpo y sus circunstancias.

Así, Pantaleón llegó a comprender que la enfermedad y el sufrimiento no lo destruyen todo, al contrario. Ni siquiera la muerte tiene la última palabra.

En ese proceso de conversión Hermolao fue determinante. La amistad entre ambos abrió una puerta en el corazón del santo, una puerta por la que Cristo entró: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3,20).

Como consecuencia de ese “encuentro” personal con el Señor. Pantaleón empezó a ver en aquellos que sufren, postrados, vulnerables, al mismo Cristo. Dios había ganado su corazón y la indiferencia quedó atrás.