En una catedral primada a puertas cerradas, el cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, presidió la misa del Domingo de Ramos, dando comienzo a la Semana Santa. Los obispos auxiliares de Buenos Aires, monseñor Joaquín Sucunza y monseñor Enrique Eguía Seguí, junto con el rector de la catedral, presbítero Alejandro Russo, lo acompañaron concelebrando.

“Jesús está pensando en cada uno de nosotros. Si Él se posesionó en el centro del drama humano, nada de lo que le ocurre a los hombres les es indiferente”, afirmó el cardenal durante su homilía.

El significado de los olivos
Al comenzar la celebración y después de la lectura de la entrada, monseñor Eguía Seguí hizo una pequeña reflexión sobre el símbolo del ramo de olivo. Indicó que se trata de “una antigua tradición en la historia de la salvación”, al recordar a Noé, cuando recibe el mensaje de Dios de volver a poblar la tierra, con “el signo de una paloma que trae en su pico una ramita de olivo, indicando que los frutos de la tierra ya están dispuestos para comenzar una nueva creación”.

En este sentido, “el ramo de olivo y las palmas, con la llegada de Jesús, reflejan esto mismo: Jesús con su muerte y resurrección nos viene a recrear en lo más íntimo de nuestro corazón, liberándonos del pecado y permitiéndonos desplegar una vida nueva sostenida con la dureza del amor, e indicándonos con esta nueva creación que la libertad y la felicidad se alcanza plenamente amando como Jesús amó”.

Monseñor Eguía Seguí señaló que “ese mismo ramo es el que tenemos en casa, el que acabamos de bendecir, esta vez como la rama de una planta o una imagen que nos llegó por el celular o la computadora. Pero ese ramo en casa, es expresión de que Dios con su amor en Cristo muerto y resucitado quiere darnos una nueva vida. Una vida que esté sostenida en la confianza en su amor y su misericordia, en la seguridad que Él está cerca de nosotros”.

Asimismo, expresó que “este ramo nos invita a recrear nuestros vínculos de amor con quienes están cerca, en particular en este tiempo, con nuestra propia familia. Ahí es donde tenemos que experimentar esta nueva creación interior, en el servicio unos a otros, en la escucha, en darnos ánimo en estos tiempos difíciles oscuros y de incertidumbre. También es fuerza, paz y consuelo para los que están solos. Saber que Dios nos acompaña y que vive en nuestro corazón, como lo mostró Jesús entrando en Jerusalén”.

“Por eso, en esta Semana Santa que iniciamos, con el ramo en nuestras manos en casa, le pedimos a Dios que nos acompañe, nos proteja, que nos dé fuerza en este tiempo de aislamiento e incertidumbre y que también nos ayude para cuando esta pandemia termine. Dios quiera que hayamos aprendido que en su muerte y resurrección Dios quiere recrear nuestra vida social y comunitaria. Que como fruto de este tiempo podamos después salir a nuestras actividades cotidianas con la convicción que en la amistad social, en el encuentro, en el respeto y en el cuidado de unos a otros hacemos en la tierra presente el reino de Dios. Acompañemos entonces a Jesús en su entrada a Jerusalén, y en su pasión y en su muerte para poder gozar con Él la gloria de la resurrección”, concluyó el prelado, dando comienzo a la celebración.

“Acompañemos a Jesús, que se dirige a la Pasión por todos nosotros”
Luego de la lectura de la Pasión de Jesús, el cardenal Poli dirigió su homilía a las familias porteñas, a los que están trabajando y cuidándonos, al personal de la salud: “Queremos llegar con esta misa de ramos para anunciarles que comienza la Semana Santa. Lo decimos con las sencillas palabras del catecismo: ‘Jesús manifestaba que subía a la ciudad santa dispuesto a morir por todos, por cada uno de nosotros (…) Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella…’”, comenzó.

“Con la liturgia del Domingo de Ramos, recordamos que Jesús nos trae su mensaje de paz. El olivo fue el signo de la paz, enviado por el padre Dios para rescatar lo que había de divino en el hombre: su imagen y semejanza. Durante su ministerio nos entregó el Evangelio de la vida. El que debía testimoniar con su propia muerte, identificándose con la profecía de Isaías: ‘El Señor abrió mi oído y yo no me resistí…’”.

El cardenal Poli afirmó que Jesús “se dirige a su Pasión para enseñarnos que el amor es más fuerte que la muerte. Jesús entra en Jerusalén dispuesto a asumir el gran drama de la tragedia humana. Lo mueve la misericordia de su Padre por la humanidad. Su presencia no es desafiante ante quienes se preguntaban si vendría a la fiesta. Una vez más muestra su mansedumbre, siendo el cordero inocente dispuesto a hacer el sacrificio en esa Pascua”, indicó. Sin embargo, “nadie sabe que por voluntad del Padre él viene a ocupar nuestro lugar en el drama de la tragedia humana, y se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz”.

Jesús, al entrar en la “ciudad santa”, “es más que un profeta milagroso”, manifestó el cardenal, “es el hijo del Altísimo que vino a este mundo para que tengamos vida y vida en abundancia. Para eso está dispuesto a pasar por la experiencia más dolorosa de la humanidad: la misma muerte”. Al recordar las aclamaciones del pueblo cuando Jesús ingresa en Jerusalén, “viva el Hijo de Dios, viva el Hijo de David”, mencionó que esta “es la aclamación de los pobres que esperan la salvación prometida y lo reconocen como el Rey de la gloria”.

“Como verdadero Dios Jesús lleva una consigna a la que no puede claudicar. Como hombre verdadero padece momentos de angustia y abandono. Acaso para identificarse con la soledad de todos los que en su última hora se sienten solos ante la muerte, Jesús pone su vida en manos de su Padre”.

Seguidamente, el cardenal Poli se preguntó: “¿Cuáles son los sentimientos de Jesús ante el clamor de la gente? ¿Qué rostros desfilan por su corazón?”. Entonces, aseguró: “Jesús está pensando en cada uno de nosotros. Si Él se posesionó en el centro del drama humano, nada de lo que le ocurre a los hombres le es indiferente. Por eso su mansedumbre ante el flagelo de su Pasión (…) La razón de esa tolerancia es porque él llevó sobre si todas nuestras miserias”.

El arzobispo de Buenos Aires hizo referencia a la situación particular en la que viviremos esta Pascua: “Esta será una Semana Santa mientras padecemos la pandemia. Estamos recluidos en casa, o donde nos encontramos, obligados a vivir las celebraciones más caras de nuestra fe en familia. No estamos solos. El Señor siempre está dispuesto a darnos una mano. Aun en medio de la amenaza que nos angustia, Dios quiere recordarnos cuánto nos ama”, sostuvo.

“En estos días, la convivencia entre nosotros se hace más exigente. Animémonos a vivir en paz, aprovechar este tiempo para zambullirnos en nuestro corazón, para conocer más al otro y pidamos todos juntos por todo el mundo, por los que padecen el contagio, los que han partido, los que tienen miedo, los que están solos, los abuelos”. El cardenal finalizó dejando la intención particular para esta misa: “Acompañemos a Jesús que se dirige a la Pasión por todos nosotros”.