Es un deber de humanidad, de civilización, socorrer a las personas que corren el riesgo de ahogarse en el mar. No debemos acostumbrarnos a considerar los naufragios como noticias ni a los muertos como cifras: ellos son rostros e historias, vidas rotas y sueños destrozados. Ante esta “encrucijada de civilización”, por un lado, de fraternidad, y por el otro de indiferencia, “no podemos resignarnos a ver seres humanos tratados como mercancía de cambio, aprisionados y torturados de manera atroz; ni seguir presenciando los dramas de los naufragios, provocados por contrabandos repugnantes y por el fanatismo de la indiferencia”. El Papa Francisco lo reiteró en el momento de recogimiento con los líderes religiosos, que tuvo lugar ante el Memorial por los marineros y migrantes dispersos en el mar, este viernes 22 de agosto en su Viaje Apostólico a Marsella con motivo de los Encuentros del Mediterráneo.

Agradeciendo, ante todo, a cuantos se reunieron en memoria de “aquellos que no sobrevivieron, que no fueron salvados”, el Papa piensa en los numerosos hermanos y hermanas “ahogados en el miedo, junto con las esperanzas que llevaban en el corazón”. Frente a semejante drama – afirma - no sirven las palabras, sino los hechos. “Pero antes, hace falta humanidad: silencio, llanto, compasión y oración”. 

Pide, el pontífice, dejarse “conmover” por la tragedia de “demasiadas personas”, que “huyendo de los conflictos, la pobreza y las catástrofes naturales,” encuentran entre las olas del Mediterráneo el rechazo definitivo a su búsqueda de un futuro mejor. Este mar, dice Francisco, “se ha convertido en un enorme cementerio”, donde muchos se ven privados “incluso del derecho de tener una sepultura”, mientras que “la única a ser sepultada – dice- es la dignidad humana”. Y asegura: “El cielo nos bendecirá si en la tierra y en el mar sabremos cuidar de los más débiles, si sabremos superar la parálisis del miedo y el desinterés que condena a muerte con guantes de seda.”

“En las raíces de los tres monoteísmos mediterráneos está la hospitalidad, el amor por el extranjero en nombre de Dios”, recuerda Francisco, subrayando que los representantes de las distintas religiones están llamados a dar ejemplo. Y, consciente de que “a menudo las relaciones entre los grupos religiosos no son fáciles, pues la larva del extremismo y la peste ideológica del fundamentalismo corroen la vida real de las comunidades”, se hace eco de las palabras de San Cesario de Arles: “Que ninguno guarde en su corazón sentimientos de odio hacia su prójimo, sino de amor, porque el que tuviere odio, aunque sea a un solo hombre, no podrá estar tranquilo ante Dios. Dios no escucha su oración mientras guarde rencor en su alma.”

Marsella, caracterizada por un variado pluralismo religioso, está “frente a una encrucijada: encuentro o confrontación”, constata el Papa, que agradece a todos los que se ponen en el camino del encuentro con su compromiso solidario y concreto en favor de la promoción humana y la integración.

“Sigan adelante sin desanimarse, para que esta ciudad sea para Francia, para Europa y para el mundo un mosaico de esperanza.”

Casi cerrando su discurso, el Papa expresa un deseo un deseo, tomando las palabras que David Sassoli, fallecido presidente del parlamento europeo pronunció en Bari, con ocasión de un encuentro precedente sobre el Mediterráneo celebrado en 2020: “[...] ¡Ya basta de tener miedo a los problemas que nos plantea el Mediterráneo! [...] Para la Unión Europea y para todos nosotros, nuestra supervivencia depende de ello.”

Y concluye: “Hermanos, hermanas, afrontemos unidos los problemas, no hagamos naufragar la esperanza, ¡formemos juntos un mosaico de paz! Y me alegra ver aquí a tantos de vosotros que vais al mar a salvar, a rescatar migrantes, y que muchas veces os impiden ir porque al barco le falta algo, le falta eso otro... Son los gestos de odio contra el hermano, disfrazados de 'equilibrio'. Gracias por todo lo que hacéis".