Ocho años después de Laudato si’, “no tenemos reacciones suficientes, mientras el mundo en el que vivimos se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de ruptura”: así explica el Papa Francisco su decisión de dar continuidad a su encíclica sobre el medio ambiente mediante la exhortación apostólica Laudate Deum, publicada este 4 de octubre como cierre del llamado !Tiempo de la Creación". 

El Santo Padre vuelve a actualizar los temas más candentes en relación con la crisis del clima: “Por más que se pretendan negar, esconder, disimular o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más patentes. Y no es posible ocultar la coincidencia de estos fenómenos globales con el crecimiento acelerado de la emisión de gases de efecto invernadero, sobre todo desde mediados del siglo XX”.

En seis capítulos y 73 párrafos, el Sucesor de Pedro intenta aclarar y completar aquel texto anterior sobre la ecología integral, al tiempo que, una vez más, hace sonar una alarma y realiza un llamado a la corresponsabilidad ante la emergencia climática.

En particular, la exhortación mira hacia la COP28, que se celebrará en Dubai entre finales de noviembre y principios de diciembre de este año.

El Santo Padre señala en el texto que “es indudable que el impacto del cambio climático perjudicará cada vez más las vidas de muchas personas”.

Es “uno de los principales desafíos que enfrenta la sociedad y la comunidad global” y “los efectos del cambio climático los soportan las personas más vulnerables, ya sea en casa o en todo el mundo”, afirmó.

El primer capítulo está dedicado a la crisis climática global
“A pesar de todos los intentos de negar, ocultar, disimular o relativizar la cuestión, los signos del cambio climático están aquí y son cada vez más evidentes”, afirma el Papa al comienzo de la exhortación.

Continúa observando que, “en los últimos años, hemos sido testigos de fenómenos climáticos extremos, frecuentes períodos de calor inusual, sequías y otros gritos de protesta por parte de la tierra, una enfermedad silenciosa que afecta a todos”.

Además, dice el pontífice, “es comprobable que cambios climáticos específicos provocados por la humanidad están aumentando notablemente la probabilidad de fenómenos extremos, cada vez más frecuentes e intensos”.

Ahora bien, explica el Santo Padre, si la temperatura global aumenta más de dos grados, “los casquetes polares de Groenlandia y de gran parte de la Antártida se derretirán por completo, con consecuencias inmensamente graves para todos”.

Y hablando de quienes restan importancia al cambio climático, responde: “Lo que estamos experimentando actualmente es una aceleración inusual del calentamiento, a tal velocidad que sólo hará falta una generación –no siglos o milenios– para verificarlo”.

“Probablemente, en unos años, muchas poblaciones tendrán que mudarse de casa por estos hechos”, pronostica, y aclara que los congelamientos extremos también son “expresiones alternativas de la misma causa”.

No es culpa de los pobres
“En un intento de simplificar la realidad”, escribe el Papa Francisco, “hay quienes responsabilizarían a los pobres, ya que tienen muchos hijos, e incluso intentarían resolver el problema mutilando a las mujeres en los países menos desarrollados”.

“Como siempre, parecería que todo es culpa de los pobres. Sin embargo, la realidad es que un porcentaje bajo, el más rico del planeta, contamina más que el 50% más pobre de la población mundial total, y que las emisiones per capita de los países más ricos son mucho mayores que las de los más pobres”.

“¿Cómo podemos olvidar que África, hogar de más de la mitad de las personas más pobres del mundo, es responsable de una porción mínima de las emisiones históricas?”.

El Papa también desafía a quienes dicen que los esfuerzos para mitigar el cambio climático mediante la reducción del uso de combustibles fósiles “conducirán a una reducción en el número de empleos”.

Lo que está sucediendo, de hecho, es que “millones de personas están perdiendo su empleo debido a diferentes efectos del cambio climático: el aumento del nivel del mar, las sequías y otros fenómenos que afectan al planeta han dejado a muchas personas a la deriva”.

Al mismo tiempo, “la transición hacia formas de energía renovables, adecuadamente gestionadas, es capaz de generar innumerables puestos de trabajo en diferentes sectores. Esto exige que los políticos y los empresarios ya se preocupen por ello”.

Orígenes humanos indudables
“Ya no es posible dudar del origen humano -'antrópico'- del cambio climático”, dice el Papa.

“La concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera... se mantuvo estable hasta el siglo XIX... En los últimos cincuenta años, este aumento se ha acelerado significativamente”, afirmó.

Al mismo tiempo, la temperatura global “ha aumentado a una velocidad sin precedentes, mayor que en cualquier otro momento de los últimos dos mil años. En este período, la tendencia fue un calentamiento de 0,15° C por década, el doble que en los últimos 150 años… A este ritmo, es posible que en sólo diez años alcancemos el techo global máximo recomendado de 1,5° C”. Esto ha provocado la acidificación de los mares y el derretimiento de los glaciares.

"No es posible ocultar" la correlación entre estos acontecimientos y el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Desgraciadamente, observa amargamente el Santo Padre, “la crisis climática no es precisamente un asunto que interese a las grandes potencias económicas, cuya preocupación es obtener el mayor beneficio posible con el mínimo coste y en el menor tiempo”.

Apenas a tiempo para evitar daños más terribles
"Me siento obligado", continúa el Papa Francisco, "a hacer estas aclaraciones, que pueden parecer obvias, debido a ciertas opiniones desdeñosas y poco razonables que encuentro, incluso, dentro de la Iglesia católica".

Sin embargo, “ya no podemos dudar de que la razón de la inusual rapidez de estos peligrosos cambios es un hecho que no puede ocultarse: las enormes novedades que tienen que ver con la intervención humana desenfrenada sobre la naturaleza en los últimos dos siglos”.

Desafortunadamente, algunos efectos de esta crisis climática ya son irreversibles, durante al menos varios cientos de años, y “el derretimiento de los polos no podrá revertirse hasta dentro de cientos de años” (16).

Así pues, apenas llegamos a tiempo para evitar daños aún más terribles. El Papa escribe que “algunos diagnósticos apocalípticos pueden parecer poco razonables o insuficientemente fundamentados”, pero “no podemos afirmar con certeza” lo que va a suceder. 

Por lo tanto, “urge una perspectiva más amplia… Lo que se nos pide no es otra cosa que una cierta responsabilidad por el legado que dejaremos atrás, una vez que dejemos este mundo”. Recordando la experiencia de la pandemia de Covid-19, el Papa Francisco repite que “todo está conectado y nadie se salva solo”.

El paradigma tecnocrático: la idea de un ser humano sin límites
En el segundo capítulo, el Papa habla del paradigma tecnocrático, que consiste en pensar que “la realidad, el bien y la verdad brotan automáticamente del poder tecnológico y económico como tal” y “monstruosamente se alimenta de sí mismo”, inspirándose en él. desde la idea de un ser humano sin limitaciones.

“Nunca la humanidad ha tenido tal poder sobre sí misma”, continúa el Santo Padre, “pero nada garantiza que se utilice sabiamente, especialmente si consideramos cómo se utiliza actualmente... Es extremadamente arriesgado que una pequeña parte de la humanidad tenga eso”.

Desgraciadamente –como lo demostró también la bomba atómica–, “nuestro inmenso desarrollo tecnológico no ha ido acompañado de un desarrollo de la responsabilidad, los valores y la conciencia humana”.

El Papa reafirma que “el mundo que nos rodea no debe ser objeto de explotación, de uso desenfrenado y de ambición ilimitada”. Nos recuerda que nosotros también somos parte de la naturaleza y que esto “excluye la idea de que el ser humano sea extraño, un elemento extraño capaz sólo de dañar el medio ambiente. Los seres humanos deben ser reconocidos como parte de la naturaleza”. “Los grupos humanos a menudo han 'creado' un entorno”, recuerda al respecto.

La decadencia ética del poder: marketing y fake news
Hemos logrado “avances tecnológicos impresionantes y asombrosos, y no nos hemos dado cuenta de que al mismo tiempo nos hemos convertido en seres altamente peligrosos, capaces de amenazar la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia”.

“La decadencia ética del poder real se disfraza gracias al marketing y a la información falsa, herramientas útiles en manos de quienes tienen mayores recursos para emplearlas en la formación de la opinión pública”.

A través de estos mecanismos, se engaña a las personas en las zonas donde se implementarán proyectos contaminantes, convencidas de que se generarán oportunidades económicas y de empleo, pero “no se les dice claramente que el proyecto resultará en un paisaje desolado y menos habitable” y en un claro descenso de la calidad de vida.

“La mentalidad de máximo beneficio a mínimo coste, disfrazada de razonabilidad, progreso y promesas ilusorias, hace imposible cualquier preocupación sincera por nuestra casa común y cualquier preocupación real por ayudar a los pobres y necesitados, descartados por nuestra sociedad. A pesar de las promesas de numerosos falsos profetas, los propios pobres a veces caen presa de la ilusión de un mundo que no está construido para ellos”, afirmó.

Existe, entonces, un gobierno de quienes nacen con mayores posibilidades y ventajas”. El Papa Francisco invita a estos individuos a preguntarse, “con la vista puesta en los niños que pagarán por el daño causado por sus acciones”, cuál es el sentido de su vida.

Política internacional débil
En el siguiente capítulo de la exhortación, el Papa aborda la debilidad de la política internacional, insistiendo en la necesidad de fomentar “acuerdos multilaterales entre Estados”.

Explica que “cuando hablamos de la posibilidad de alguna forma de autoridad mundial regulada por la ley, no necesariamente debemos pensar en una autoridad personal”, sino en “organizaciones mundiales más efectivas, equipadas con el poder de velar por el bien común global, de buscar la eliminación del hambre y la pobreza y de proveer la defensa segura de los derechos humanos fundamentales”.

Esas organizaciones mundiales, dice, “deben estar dotadas de autoridad real, de tal manera que permitan el logro de ciertos objetivos esenciales”.

El Papa Francisco deplora que “las crisis globales se desperdicien, cuando podrían ser ocasiones para provocar cambios beneficiosos. Esto es lo que ocurrió en la crisis financiera de 2007-2008 y nuevamente en la crisis del Covid-19”, que condujo a “un mayor individualismo, una menor integración y una mayor libertad para los verdaderamente poderosos, que siempre encuentran una manera de salir ilesos”.

“Más que salvar el viejo multilateralismo, parece que el desafío actual es reconfigurarlo y recrearlo, teniendo en cuenta la nueva situación mundial”, reconociendo que muchas asociaciones y organizaciones de la sociedad civil ayudan a compensar las debilidades de la comunidad internacional. El Papa cita el proceso de Ottawa sobre las minas terrestres, que, según él, muestra cómo la sociedad civil crea dinámicas eficientes que la ONU no logra.