El obispo de Rawson, monseñor Roberto “Chobi” Álvarez, destacó que “en las últimas semanas, desde muchísimos rincones de nuestra Argentina, han surgido infinidad de videos, mensajes y carteles que a coro dicen: ¡Vení, Francisco!, ¡tu pueblo te espera!”

“Acá nosotros –en la Patagonia– fuimos parte de esa ola que se basa en indicios, en rumores que nos dicen ‘parece que esta vez sí viene’. Y como quien espera ese familiar querido, como una sinfonía, nos fuimos uniendo en esa voz común. Pero como toda sinfonía, cada uno de los que queremos que venga, lo hacemos desde un lugar, con una tonalidad de voz, desde aquel instrumento que habitualmente tocamos”, explicó.

“Nadie se puede arrogar el conocer la verdad completa de porqué un pueblo quiere que venga el Papa”, precisó en un artículo publicado en la revista Comunicarnos, del arzobispado de Buenos Aires.

El "obispo Chobi" compartió sus razones personales y ensayó “algunas suposiciones; pero no mucho más”.

“Quiero que venga para recordarnos que se puede ser cristiano sin tantos dimes y con menos diretes, con una vida simple, y con un mensaje sencillo y directo. Sin circunloquios ni tiros por elevación; cortito y al pie, con la palabra y el gesto madurado, pero no enmohecido por falta de coraje o por pusilanimidad”, planteó.

“Quiero que venga porque es el Papa, porque la fe me dice que es el sucesor de Pedro y que cuando va a un país, lo confirma en la fe. Quiero que venga porque estoy seguro que será un factor de unión, de cercanía entre los argentinos; porque nos ayudaría en un año que se vislumbra difícil y con muchas tensiones, que no hay que disfrazar con una visita, ni menos dilatarlas, pero que seguramente nos permitiría enfrentarlas más juntos, y más cercanos a los que más sufren”, profundizó.

Por último, monseñor Álvarez sostuvo: “También quiero que venga porque es mi padre, mi hermano, un amigo. Es alguien que se fue hace diez años y estoy seguro de que después de tanto andar, generar y transformar, puede venir a su casa, su barrio y su patria y recibir un abrazo de quienes tanto lo queremos y desde hace una década lo esperamos”.

Texto de la nota
En las últimas semanas, desde muchísimos rincones de nuestra Argentina, han surgido infinidad de videos, mensajes y carteles que a coro dicen: ¡Vení, Francisco!, ¡tu pueblo te espera!

Acá nosotros –en la Patagonia– hemos sido parte de esa ola que se basa en indicios, en rumores que nos dicen “parece que esta vez sí viene”. Y como quien espera ese familiar querido, como una sinfonía, nos hemos ido uniendo en esa voz común. Pero como toda sinfonía, cada uno de los que queremos que venga, lo hacemos desde un lugar, con una tonalidad de voz, desde aquel instrumento que habitualmente tocamos. Nadie se puede arrogar el conocer la verdad completa de porqué un pueblo quiere que venga el Papa. Yo puedo compartir razones personales y ensayar algunas suposiciones; pero no mucho más. Y desde allí, ahora escribo.

Llega un argentino que recorrió infinidad de lugares de nuestra Patria; que la conoce y la ama. Que privilegió ir a lugares periféricos, alejados. Él lo hizo en su diócesis de Buenos Aires, pero también cuando asumía compromisos para dar charlas, retiros y ejercicios espirituales. Siendo sacerdote, me pidieron que acompañara los ejercicios espirituales anuales de los presbíteros en Orán, provincia de Salta. Allí había estado el “Cardenal” haciendo lo mismo. Y desde entonces no ha perdido contacto con esos curas; incluso a uno de ellos lo llevó a vivir a Bue- nos Aires con él porque pasaba un momento delicado que merecía acompañamiento. Ya acá, en la Patagonia, he escuchado infinidad de situaciones que él atendía y acompañaba.

Así es, así él se mueve y se hace tiempo para lo grande sin descuidar lo pequeño. Nos conoce, vibra con nuestras cosas, ha hecho los recorridos de cualquier trabajador de Capital Federal, y también ha caminado el interior profundo. Yo espero a ese Papa que no se deja obnubilar por focos y centros de poder, que, si hoy habla de las periferias, es porque en nuestra Argentina las eligió, y las visitó; y estoy seguro de que nos llenaría de gestos de cercanía y ternura.

Llega un pastor que nos presentó un proyecto, un programa, que, según su propio decir, es la conjunción de Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y Aparecida del CELAM; una amalgama de un fruto fresco del Concilio Vaticano II y del Magisterio Latinoamericano. Nosotros hemos vibrado y trabajado desde ese hermoso documento que es La alegría del Evangelio. Hace ya diez años que es causa de inspiración de muchas iniciativas pastorales en distintas diócesis y parroquias. A él nos referimos y en él nos asentamos para no ensimismarnos, para “primerear” las situaciones de la realidad que provocan nuestra creatividad pastoral.

¿Cómo no querer tenerlo entre nosotros para mostrarle la renovación de nuestras estructuras? Para que nos descubra como una iglesia “en salida”, para que al recorrer el país se encuentre con los rostros y las historias donde hemos dejado de ser una presencia lejana, hierática, incontaminada, para volvernos parte de la solución a sus dificultades, porque antes nos volvimos parte de sus vidas, y tocamos en sus llagas las llagas de Jesús.

Llega un adelantado en la preocupación ecológica, alguien que en Laudato Si´ y en la exhortación reciente –Laudato Deum– nos invita a hacernos cargo de la “casa común”, de promover una ecología humana integral. Yo espero un Papa que nos confirme en nuestras luchas ambientales, en la búsqueda de un progreso genuino –desarrollo sostenible e integral, le llama el Papa– que no sea a costa de comprometer el lugar donde vivimos con daños difícilmente reparables.

Que Él, que conoce nuestra geografía, se convierta en voz de aquellos ecosistemas en peligro, que le ponga imagen a tanto pueblo y localidades cuyas preocupaciones y luchas en el cuidado de sus territorios se han vuelto invisibles para tantos.

Es un anhelo tener entre nosotros al Papa que nos escribió Fratelli Tutti, y nos invitó a recrear ese proyecto de una fraternidad universal. Ese Papa que clama ante los grandes conflictos internacionales, ante las guerras publicitadas y las ignoradas, puede ayudarnos a descubrir en nuestra grieta –en nuestra negación del que piensa distinto– raíces de un mal de época que se va extendiendo como hierba mala. 

Sería tan edificante tenerlo y verlo construir la comunión a partir de gestos. Ha alcanzado un llamado telefónico para enseñarnos que siempre es mejor adelantarse a la reconciliación que esperar y exigir resarcimientos a las ofensas. Yo, muchos, casi todos, queremos que nos ayude a intentar “un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social” que no se quede en las palabras, y que nos aleje de las “diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros”.

Vuelve quien nos ha regalado un documento sobre la santidad y nos ha dado santos concretos como ejemplo y camino: Brochero, Zatti, Catalina de María, Mama Antula, Pironio. Todos ellos han sido reconocidos bajo este pontificado. Es él quien nos ha recordado que “nadie se salva solo”, y que Dios nos va conquistando desde la trama de vínculos y relaciones que son el sustrato de toda comunidad humana. 

Y viene a recordarnos que hay “santos de la puerta de al lado”, que la santidad es contagiosa porque sale del mismo virus que la alegría, y que es el amor. Viene un Papa que se ríe mucho y a carcajadas, que no ha perdido su picardía ni su buen humor, porque sabe que el camino de seguimiento de Jesús o es alegre o es una fachada. Viene a mula como Brochero o descalzo como Mama Antula, porque nos recordará que el desprendimiento y la sencillez son parte esencial del mensaje del Evangelio. 

Yo quiero que venga para recordarnos que se puede ser cristiano sin tantos dimes y con menos diretes, con una vida simple, y con un mensaje sencillo y directo. Sin circunloquios ni tiros por elevación; cortito y al pie, con la palabra y el gesto madurado, pero no enmohecido por falta de coraje o por pusilanimidad.

Yo quiero que venga porque en Christus Vivit les habló a los jóvenes y también lo he visto con ellos en Portugal; he visto mareas de chicos y chicas de todos los países embelesados escuchándolo. Quiero que les hable a los nuestros, a los míos; porque yo no llego, porque me cuesta, porque nos puede allanar el camino. Me ilusiono pensando en tantos sin sentido para sus vidas, en tantos rotos, quebrados, que ven en él alguien que los entiende, los espera y no los juzga. Sé, porque lo he visto, la simbiosis que se genera entre él y los jóvenes; la adhesión a Jesús, a sus valores y su estilo que hace nacer en ellos. 

Quiero que venga porque es el Papa, porque la fe me dice que es el sucesor de Pedro y que cuando va a un país, lo confirma en la fe. Quiero que venga porque estoy seguro de que sería un factor de unión, de cercanía entre los argentinos; porque nos ayudaría en un año que se vislumbra difícil y con muchas tensiones, que no hay que disfrazar con una visita ni menos dilatarlas, pero que seguramente nos permitiría enfrentarlas más juntos, y más cercanos a los que más sufren.

Pero también quiero que venga porque es mi padre, mi hermano, un amigo. Es alguien que se fue hace diez años y estoy seguro de que después de tanto andar, generar y transformar, puede venir a su casa, su barrio y su patria y recibir un abrazo de quienes tanto lo queremos y desde hace una década lo esperamos.