El arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, reflexionó sobre la autoridad que da la coherencia de vida y animó a escuchar la voz del Señor para poder imitarlo.

Haciendo referencia al Evangelio del día, señaló cómo Jesús “enseña de una manera nueva, llena de autoridad”.

“Una autoridad que tiene que ver con su conducta, que está ligada a su coherencia, a que lo que dice es lo que hace, a que toca el corazón de las personas”, explicó, y añadió: “No lo hace de manera autoritaria, mandona, como jefe, como patrón, sino como el que quiere enseñar, acompañando, estando cerca y siendo absolutamente coherente entre la palabra y la vida”.

Por eso, el prelado pidió “revisar nuestras propias conductas”, ya que “justamente la gran crítica que se le hacía a los escribas era la incoherencia, la hipocresía de enseñar una cosa, pero después vivir otra”.

En ese sentido, animó a “proponernos ser personas que enseñemos con autoridad, como lo hace Jesús, con coherencia entre fe y vida”.

El primado de la Argentina se refirió también a “los espíritus impuros que podemos estar viviendo como país de manera colectiva”, de los cuales destacó cuatro.

“El primer espíritu impuro del que le podemos pedir hoy a Dios que nos libere es el de la violencia, la violencia verbal y la violencia física, la violencia ligada a la descalificación”, señaló, lamentando que “hemos iniciado este año con la terrible y triste noticia del homicidio de un adolescente en la costa atlántica”.

Así, invitó a “replantearnos como país qué es lo que pasa, que somos capaces de tanta violencia física, pero también somos capaces de una violencia verbal que incluso a veces parece que está exacerbada”.

El segundo espíritu impuro al que hizo referencia monseñor García Cuerva es el de la grieta, “esta división profunda entre argentinos que nos hace descalificar siempre al otro, que nos hace terriblemente intolerantes y que nos hace sentirnos dueños de la verdad”.

“Creo que tenemos que empezar a pensar alguna vez en lo que significa la unidad entre los argentinos y la fraternidad, porque mientras a veces discuten los dirigentes, la que está en el medio y sufre es nuestra gente”, sostuvo.

El tercer espíritu tiene que ver con el egoísmo: “En épocas de crisis como las que vivimos, la tentación es cuidarme a mí, cuidar a los míos y que los demás, como decimos, entre comillas, revienten”.

El otro camino en época de crisis, señaló, es el de la solidaridad, el de saber que estamos todos en esta barca que es la Argentina y que nos salvamos entre todos. Por eso, llamó a pedirle con fuerza a Dios “que entre en nuestro pueblo, que entre en el corazón de nuestra gente y nos libere del egoísmo”.

Por último, el arzobispo porteño se refirió al espíritu impuro de la desesperanza, de creer que ya nada puede cambiar: “Es bajar los brazos y no esperar un mañana mejor”.

“Es propio de los cristianos tener esperanza, que como dije ya varias veces, no es un optimismo berreta”, apuntó, y explicó que tiene que ver con creer que Dios actúa en la historia.

Tomando las palabras del cardenal Pironio, añadió: “La esperanza cristiana surge de la cruz. Pero no bajamos los brazos, seguimos esperando contra toda esperanza”, al tiempo que lamentó que “ese espíritu impuro de la desesperanza nos hace cristianos y ciudadanos pasivos, quejosos, apesadumbrados, que entonces ya creen que estamos derrotados y para siempre”.

Mencionó entonces que, para vencer a esos espíritus impuros, Jesús tiene una expresión fuerte: “Cállate y sal de ese hombre”. “Los invito a que podamos pensar en las voces interiores, en las voces de adentro de nuestra vida, y que quizá a alguna de esas voces tengamos que decirle: ‘Cállate’”, animó.

“A veces, cuando tenemos ganas de decir algo malo del otro, 'cállate'. A veces cuando, queremos descalificar a los demás, 'cállate'. A veces, cuando tenemos ganas de criticar a otro o de hacer un poco de conventillo, 'cállate'. A veces, cuando tenemos la verdad sobre alguien y creemos que, porque tengo la verdad, puedo decir cualquier cosa, 'cállate'”, ejemplificó.

El prelado expresó su deseo de “que podamos callar esas voces interiores que, también como un espíritu impuro, no aportan a la fraternidad”. Y subrayó que, si hay una voz que sí hay que escuchar, es la del Señor. “Ojalá que hoy escuchen la voz del Señor”, concluyó, citando el Salmo 94.