“Un regalo para el pueblo argentino, pero también para toda la Iglesia”: así describe el Papa Francisco a Mama Antula, quien el domingo será canonizada en la basílica de San Pedro, convirtiéndose así en la primera santa nacida en la Argentina.

Con esa celebración, la Santa Sede reconoce la intercesión de la laica santiagueña en la curación del santafesino Claudio Perusini, quien experimentó una sanación inexplicable, luego de un ACV que lo había dejado en un estado prácticamente irremediable.

Hasta este momento, la Argentina cuenta con cuatro santos en toda su historia: san Héctor Valdivielso (canonizado en 1999), san José Gabriel del Rosario Brochero (en 2016), santa Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús March (en 2018) y san Artémides Joaquín Desiderio María Zatti (canonizado en 2022).

Por otra parte, los beatos argentinos han ascendido el año pasado a 15: Laura Vicuña (beatificada en 1988), María del Tránsito Cabanillas (2002), María Ludovica De Angelis (2004), Ceferino Namuncurá (2007), María Crescencia Pérez (2012), Gregorio Martos Muñoz (2017), Catalina de María Rodríguez (2017), Enrique Angelelli (2019), Carlos de Dios Murias (2019), Gabriel Longueville (2019), Wenceslao Pedernera (2019), Mamerto Esquiú (2021), Pedro Ortiz de Zárate (2022), Juan Antonio Solinas (2022) y Eduardo Pironio (2023).

Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes cristianas y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de Santidad, que está en ella y sostiene la esperanza de los fieles, proponiendo a los santos como modelos e intercesores (cf Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 40; 48-51).

Al respecto, la distinción que hace la Iglesia entre beatificación y canonización tiene que ver con la forma de difusión del culto de la persona en cuestión dentro de la Iglesia. Desde el punto de vista histórico, los primeros indicios de una oración pública dirigida a los santos fue en el caso de ciertos mártires de la antigüedad cristiana, ligados a una comunidad particular.

En efecto, el culto hacia los santos nace ligado a un lugar y a una comunidad local. Sólo con el tiempo se extiende a otros lugares. Los primeros santos no mártires de los que se conoce un culto son Antonio, padre del monaquismo, y Martín de Tours, el primer santo no mártir del oficio litúrgico.

El culto público hacia un santo era confiado a la aclamación popular, o bien a una decisión episcopal: el momento decisivo era el traslado de su cuerpo a un altar, que se convertía en el centro del culto dirigido a ese santo.

Ya en la Edad Media, la Iglesia empieza a regular de modo formal y universal el reconocimiento de un culto litúrgico hacia los santos.

En el siglo XIII, Gregorio IX decide reservar para el Papa la decisión final en cuanto a las canonizaciones, instituyendo el proceso para el reconocimiento de la santidad de un cristiano (Francisco de Asís fue el primer caso en el que se llevó a cabo una investigación sobre su vida y los milagros que se le atribuían).

En 1588, Sixto V funda la Sagrada Congregación de los Ritos, encargándole que examinara varios casos. Con Urbano VIII Benedetto XIV, se elaboraron normas aún más precisas, definiendo la distinción entre beatos y santos: el beato goza solamente de un culto público local; el santo, en cambio es propuesto al culto de la Iglesia universal.

La distinción formal entre beato y santo, por tanto, no tiene que ver con la certeza de su presencia en el cielo, sino con la difusión de su culto.

Según la teología católica, desarrollada al respecto sobre todo en la Edad Media, en la declaración de santidad o “canonización”, el Papa compromete su ministerio petrino y se pronuncia de manera segura para nuestra fe, proponiendo a la Iglesia universal un culto público y legítimo hacia ese santo.

En 1983, el papa Juan Pablo II aprobó nuevas normas, reorganizando el proceso a través del cual un cristiano puede ser reconocido digno de un culto público y ,por tanto, canonizado, a través de la constitución apostólica Divinus perfectionis magister.

Ahora, cuando nace una devoción popular hacia una persona, se abre un proceso diocesano, a través del cual se examinan su vida, la heroicidad de sus virtudes, sus escritos y las características de la devoción popular hacia esa persona.

Otra comisión se encarga de validar el milagro que se requiere para la beatificación. Luego, se necesita de por lo menos un segundo milagro para que se realice la canonización.