El obispo de San Isidro, monseñor Oscar Ojea recordó que en el Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma relata cómo Jesús expulsa a los mercaderes del Templo con un látigo de cuerdas, esto enseguida lo interpretan como un gesto profético y le preguntan: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Qué signos grandes mostras para sentirte con la autoridad de deshuesar a los mercaderes del Templo y decir mi casa será llamada una casa de oración y no ser una cueva de ladrones»?”.

“Mi casa; el Señor llama al templo mi casa y la respuesta de Jesús es: ‘Destruyan este templo y en tres días lo voy a reconstruir’”, señaló.

“Todos entendieron que se trataba del templo de Jerusalén, pero él se refería al templo de su cuerpo, su casa que es casa de oración, ese cuerpo resucitado de Cristo que después de tres días, habiendo muerto, resucita para nosotros; ese cuerpo glorioso resucitado de Jesús se transforma en el nuevo templo, en el lugar de encuentro entre Dios y los hombres”, profundizó.

El presidente de la Conferencia Episcopal Argentino indicó que “a partir de ese nuevo templo que es el cuerpo de Jesús, cada persona se transforma en templo de Dios, ‘Los verdaderos adoradores del Padre lo adorarán en espíritu y en verdad’, va a decir a la samaritana en el Capítulo IV. Antes se adoraba aquí y allá, ahora los nuevos adoradores no van a adorar en casas materiales, sino que el verdadero templo es el corazón de cada ser humano, desde ese corazón por la caridad, por el amor tributamos un culto a Dios en espíritu y en verdad; somos casa de Dios”.

“El Señor está cómodo dentro de nosotros, le hacemos lugar, el Señor se siente bien. Dejemos que el Señor nos limpie por dentro y nos saque todos nuestros ídolos, todo aquello que nos saca de ese cumplimiento de los mandamientos, como escuchamos en la primera lectura, de esa fidelidad a la alianza. ¿Nosotros dejamos que el Señor Jesús se sienta verdaderamente bien dentro de nosotros y nosotros nos habilitamos de esta manera para hacer casa?”, preguntó.

“Para los demás, ¿Somos lo suficientemente transparentes de esa presencia de Dios para que los demás se sientan bien con nosotros; sabiendo que somos hogares abiertos donde cada hermano, cada hermana, pueda encontrar un lugar seguro, un puerto seguro; donde sea escuchado, sea respetado, donde sea recibido, acogido como persona en ese templo de la caridad que es el cuerpo y el alma de cada uno de los cristianos hechos nuevos cristos por el bautismo resucitados con él?”, planteó.

Hacia el final de su reflexión, monseñor Ojea animó: “Que el Señor nos conceda ser cada uno un verdadero templo del Señor”.