Este mediodía el Papa Francisco se ha asomado ante una abarrotada Plaza de San Pedro en el Vaticano para asegurar que, por sorprendente que nos parezca, es en la Cruz, y no en la Resurrección, donde vemos la gloria de Jesús.  

La gloria no corresponde a la fama, para Dios la gloria es amar hasta dar la vida

“La gloria, para Dios, no corresponde al éxito humano, a la fama o a la popularidad: no tiene nada de autorreferencial, no es una manifestación grandiosa de potencia a la que siguen los aplausos del público. Para Dios la gloria es amar hasta dar la vida”. Con estas claras palabras el Papa Francisco ha explicado ante los fieles presentes en la plaza vaticana el significado de “glorificarse”. Y es que no es nada más y nada menos que “entregarse”, “hacerse accesible” y “ofrecer amor”. Y precisamente esto sucedió de manera culminante en la Cruz – ha explicado el Papa – “donde Jesús desplegó al máximo el amor de Dios, revelando plenamente su rostro de misericordia, entregándonos la vida y perdonando a quienes lo crucificaron”.

La gloria verdadera está hecha de entrega y perdón

Francisco también explica que, desde la Cruz, “cátedra de Dios”, el Señor nos enseña que la gloria verdadera, la que nunca se desvanece y hace feliz, “está hecha de entrega y perdón”: “Entrega y perdón son la esencia de la gloria de Dios. Y son para nosotros el camino de la vida”.

De hecho, advierte que muchos de nosotros piensan que la gloria es “algo que hay que recibir más que dar” o “algo que hay que poseer en vez de ofrecer”. Esto no es gloria verdadera sino gloria mundana – dice el Papa – : “La gloria mundana pasa y no deja alegría en el corazón; ni siquiera lleva al bien de todos, sino a la división, a la discordia, a la envidia”.

Al final de su alocución, Francisco ha planteado una pregunta para que cada uno de nosotros la medite en silencio: “¿Cuál es la gloria que deseo para mí, para mi vida, la que sueño para mi futuro? ¿La de impresionar a los demás por mi maestría, por mis capacidades o por las cosas que poseo? ¿O la vía de la entrega y del perdón, la de Jesús Crucificado, la vía de quien no se cansa de amar, convencido de que eso da testimonio de Dios en el mundo y hace resplandecer la belleza de la vida?”.