Monseñor Jorge Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo, aseguró que los atentados a la Embajada de Israel en Buenos Aires, perpetrado el 17 de marzo de 1992, y la mutual judía AMIA del 18 de julio de 1994, son dos acontecimientos emblemáticos que pertenecen a la memoria colectiva de un pueblo porque “su impacto incide más allá de la cantidad de víctimas mortales y su entorno cercano”.

“Ambos acontecimientos nos hicieron tomar conciencia de modo dramático de uno de los fenómenos más terribles de la política mundial actual, como es el terrorismo internacional. Asistimos al fenómeno de la globalización del terror”, aseguró en su carta semanal.

“En muchas ciudades del planeta crece la sensación del miedo a salir de casa y encontrarse con lo inesperado. Un recital, una obra de teatro, un partido de fútbol, una oficina, un centro educativo, el subterráneo… Para la violencia que irrumpe de modo insospechado nunca estamos suficientemente preparados”, agregó.

El arzobispo sanjuanino sostuvo que “la memoria reclama la Justicia” y consideró que “la incapacidad de la Argentina para completar una investigación seria, y encontrar y castigar a los culpables del atentado es algo que nos avergüenza”.

“De este modo se ponen en evidencia desde otro ángulo las limitaciones de la Justicia en nuestro país. ¿Se puede aceptar que a 32 años no pase nada? ¿A quiénes beneficia la inoperancia? ¿Para quién trabaja la torpeza?”, preguntó.

“La impunidad es una herida que nos duele profundamente a los argentinos. Algunos suman como ‘tercer atentado’ el momento de la muerte sospechada de asesinato del fiscal Alberto Nisman, rodeada de sombras de encubrimiento y signos de corrupción”, planteó.

Monseñor Lozano opinó que “es difícil pensar que el atentado no esté vinculado a la situación en Medio Oriente. Un conflicto que se extiende desde hace décadas y al que la comunidad internacional no ha podido o no ha sabido encontrarle solución”. 

“No desconocemos, sin embargo, el fabuloso negocio que significa para fabricantes de armas y traficantes de lo imaginable y lo increíble que el conflicto continúe y —de ser posible— se profundice. Siempre aparecen los que comercian para la muerte y se enriquecen con dinero que escurre sangre”, señaló.

“Es claro que la solución no puede darse a través de la violencia, sino del diálogo y del esfuerzo por lograr una comprensión mutua. Todos los protagonistas deben llegar a reconocerse como hermanos más allá de las diferencias nacionales o religiosas. Debemos afirmar con claridad la inmoralidad intrínseca del proceder terrorista a nivel internacional y local”, propuso y profundizó: “La violencia nunca conseguirá la paz y la justicia, como tampoco el robo, el despojo y el desprecio por la vida. Este proceder tiene algo de locura irracional y barbarie”.

Monseñor Lozano recordó que en la Argentina se vive “una situación excepcional que muchos no llegan a valorar pero que es un ejemplo para el mundo: la relación de respeto, amistad y hasta fraternidad entre distintas confesiones religiosas”.

“La imagen de hace unos años del Papa Francisco abrazado a su amigo judío y a su amigo musulmán frente al muro del Templo de Jerusalén, se alza con un mensaje muy potente que demuestra que es posible superar las diferencias”, ejemplificó, para luego citar la encíclica Fratelli tutti.

“Es imperioso renovar el sueño del profeta Isaías: ‘con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra’. Jesús de Nazaret nos enseñó: ‘felices los que trabajan por la paz’. Que las utopías de los buenos hagan retroceder a las fuerzas del mal”, concluyó.