“Los dejo con esta imagen, como símbolo de una Iglesia que nunca cierra sus puertas, que a todos ofrece una apertura al infinito, que sabe mirar más allá. Esta es la Iglesia que evangeliza, que vive la alegría del Evangelio, que practica la misericordia”, lo dijo el Papa Francisco durante el Encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y agentes de pastoral de Bélgica, con quienes se encontró este sábado 28 de septiembre, en la Basílica del Sagrado Corazón de Koekelberg de Bruselas, en el marco de su 46 Viaje Apostólico a Luxemburgo y Bélgica.

Bélgica una Iglesia “en movimiento”

Después de los saludos de bienvenida del Presidente de la Conferencia Episcopal Belga, el Santo Padre manifestó su alegría por estar en este encuentro y destacó que la comunidad católica en Bélgica es una Iglesia “en movimiento”.

“En efecto, desde hace tiempo están buscando transformar la presencia de las parroquias en el territorio y dar un fuerte impulso a la formación de los laicos. Se esfuerzan, sobre todo, por ser una comunidad cercana a la gente, que acompaña a las personas y que da testimonio con gestos de misericordia”.

Estamos llamados a recorrer el camino de la evangelización

Y partiendo de las preguntas que le dirigieron un sacerdote, una agente pastoral, un teólogo, una representante de los centros de acogida para víctimas de abusos, una religiosa, y un capellán carcelario, el Papa Francisco les propuso algunas líneas de reflexión que giran alrededor de tres palabras: evangelización, alegría y misericordia. Y refiriéndose a la primera palabra, el Pontífice señaló que, el primer camino que estamos llamados a recorrer es la evangelización.

“Los cambios de nuestra época y la crisis de la fe que experimentamos en occidente nos han impulsado a regresar a lo esencial, es decir, al Evangelio, para que a todos se anuncie nuevamente la buena noticia que Jesús trajo al mundo, haciendo resplandecer toda su belleza. […] Hemos pasado de un cristianismo establecido en un marco social acogedor, a un cristianismo ‘de minorías’ o, mejor dicho, de testimonio. Y esto reclama la valentía de una conversión eclesial, para comenzar esas transformaciones pastorales que tienen que ver incluso con las costumbres, los modelos, los lenguajes de la fe, para que estén realmente al servicio de la evangelización”.

El Evangelio nos lleva al encuentro con el Señor

Y al responder a Helmut, sobre la vocación de los sacerdotes, el Santo Padre dijo que ser sacerdotes no se limita a conservar o administrar un patrimonio del pasado, sino a ser pastores enamorados de Jesucristo y prontos para acoger las exigencias del Evangelio —con frecuencia implícitas— mientras caminan con el santo Pueblo de Dios, un poco adelante, un poco en medio y un poco atrás. Así debe ser, porque pueden ser muchos los caminos personales y comunitarios, pero nos conducen a la misma meta, al encuentro con el Señor.

“En la Iglesia hay lugar para todos y ninguno debe ser fotocopia de nadie. La unidad en la Iglesia no es uniformidad, se trata más bien de encontrar la armonía en la diversidad. Y también a Arnaud le diría: el proceso sinodal debe ser un retorno al Evangelio, no debe haber entre las prioridades alguna reforma que vaya ‘a la moda’, sino más bien cuestionarse: ¿cómo podemos hacer llegar el Evangelio a una sociedad que ya no lo escucha o que se aleja de la fe? Preguntémonos todos”.

El segundo camino a transitar es la alegría

Y sobre la segunda palabra que el Papa Francisco propuso a los consagrados dijo que, no se trata de las alegrías asociadas a algo momentáneo, ni de consentir los modelos de evasión o de diversión consumista; sino de una alegría más grande, que acompaña y sostiene la vida inclusive en los momentos oscuros o dolorosos, y esto es un don que viene de lo alto, de Dios.

“Es la alegría del corazón suscitada por el Evangelio, es saber que a lo largo del camino no estamos solos y que aún en las situaciones de pobreza, de pecado, de aflicción, Dios es cercano, cuida de nosotros y no permitirá que la muerte tenga la última palabra […]. Quisiera entonces decirles que su predicación, su modo de celebrar, su servicio y apostolado deben dejar traslucir la alegría del corazón, ya que esto suscita preguntas y atrae incluso a los más alejados. Agradezco a sor Agnese y le digo: la alegría es el camino. Cuando la fidelidad se presenta difícil, debemos mostrar —como tú lo has dicho— que esta virtud es un ‘camino a la felicidad’. Y entonces, viendo hacia dónde conduce el camino, estamos más preparados para iniciarlo”.  

El tercer itinerario es la misericordia

El Evangelio, acogido y compartido, recibido y donado, nos conduce a la alegría, manifestó el Pontífice, porque nos hace descubrir que Dios es el Padre de la misericordia, que se conmueve por nosotros, que nos levanta de nuestras caídas, que nunca nos retira su amor.

“Fijemos esto en nuestro corazón: Dios jamás nos retira su amor. ‘Pero, ¿aunque haga algo grave?’. Dios jamás retira su amor por ti. Esto, frente a la experiencia del mal, a veces pudiera parecernos ‘injusto’, porque nosotros sólo aplicamos la justicia terrena que dice que ‘quien se equivoca debe pagar por su error’. Sin embargo, la justicia de Dios es superior; el que se haya equivocado está llamado a reparar sus errores, pero para sanar su corazón necesita del amor misericordioso de Dios. Dios nos justifica con su misericordia, es decir, nos hace justos porque nos da un corazón nuevo, una vida nueva”.

Y respondiendo a Mia que le preguntó sobre cómo ayudar a las víctimas de abusos de menores, el Papa dijo que, los abusos generan atroces sufrimientos y heridas, mermando incluso el camino de la fe. Y se necesita mucha misericordia para no permanecer con el corazón de piedra frente al sufrimiento de las víctimas, para hacerles sentir nuestra cercanía y ofrecerles toda la ayuda posible, para aprender de ellas —como lo has dicho tú— a ser una Iglesia que se hace sierva de todos sin someter a nadie.

Nadie está perdido para siempre

Asimismo, el Papa precisó que la misericordia —pienso en el ministerio del padre Pieter— es una palabra clave para los presos. Jesús nos muestra que Dios no se distancia de nuestras heridas e impurezas. Él sabe que todos cometemos errores, pero que ninguno es un error. Nadie está perdido para siempre. Es justo entonces seguir los caminos de la justicia terrena y los itinerarios humanos, psicológicos y penales; pero la pena debe ser una medicina, debe llevar a la sanación. Nadie está perdido para siempre. Misericordia, siempre misericordia.

No encerrarnos nunca en nosotros mismos

Finalmente, el Papa Francisco agradeció a los consagrados por sus testimonios y preguntas y les dejo con una imagen que se inspira en la obra de un pintor belga que se llama “El acto de fe”.

“Y al despedirme quisiera recordarles una obra de Magritte, vuestro ilustre pintor, que se titula ‘El acto de fe’. Representa una puerta cerrada por dentro, pero con una abertura al centro, está abierta hacia el cielo. Es una abertura que nos invita a ir más allá, a mirar hacia delante y hacia arriba, a no encerrarnos nunca en nosotros mismos”.