La profecía de Simeón, que acabo de citar, podría interpretarse perfectamente también, como la profecía cumplida para la Argentina en relación al papa Francisco.

¿Quién puede negar que Jorge Bergoglio, desde muy joven estuvo marcado por los signos de un destino que lo perfilaba como un ser distinto, destinado a la inmortalidad? ¿Quién puede negar su brillantez humana, académica y espiritual, que opaca sin atenuantes cualquier intento de reducirlo a las mediocres lecturas domésticas, atravesadas de subjetivismos burdos que no merecen siquiera la más mínima consideración? ¿Puede acaso la estatura moral de una vida de coherencia evangélica ser cuestionada por ideas y afirmaciones que, arraigadas en el odio social y el resentimiento, intentan socavar un espíritu tan digno, evangélicamente católico y humanista como el que caracteriza a Jorge Bergoglio? ¿Quién conociendo la verdad evangélica podría cuestionar su pastoreo universal tan cristiano y fiel a la más sana tradición de la historia milenaria de la Iglesia? ¿Quién podría poner en dudas su testimonio humano y su magisterio tan genuinamente católico ejercido desde el corazón mismo del Evangelio de Cristo, caracterizado por la compasión y la misericordia? ¿Quién, en fin, podrá corregir el derrotero de la historia de un papado al que la justicia de los siglos lo definirá como el pontificado de Francisco el Grande por la huella imborrable de la transformación eclesial que habrá dejado para las generaciones del porvenir?

Creo sinceramente que la historia argentina le dará un día a Jorge Bergoglio el título de ciudadano ilustre como a ningún otro, porque ciertamente ningún otro tuvo como el papa Francisco, un mensaje universal que haya enriquecido e incidido tanto en la historia. Todo lo que afirmo es ya inevitable para la historia, porque Francisco ya es la historia, aunque a los pocos argentinos de almas miserables les cueste entender y persistan en la idea de que un grande, eterno e inmortal como el papa Francisco, pueda ser recordado desde la simple y vulgar lectura que pretendió catalogarlo, irrespetuosamente, como el Papa zurdo o kirchnerista. Muy a su pesar, Francisco ya es un icono inconmensurable que enorgullece a cada argentino, por ser sin dudas, el argentino más ilustre que haya brotado por estas tierras gauchas.

En efecto, su legado es inmortal y universal, no porque lo diga yo, sino porque su talento y su magnanimidad, se han ganado ese lugar en la historia universal de manera indiscutida. Prueba de ello es que el papa Francisco es referencia obligatoria en cualquier foro mundial, donde el centro de la discusión sea el humanismo, los pobres, la ecología, la justicia social, el derecho, la dignidad de la persona y la paz. Nuestra historia como nación, joven y pequeña, tiene en este tiempo, la fortuna de confrontarse a esta figura universal que es argentino y que el destino nos lo dio como regalo.

Cada uno de nosotros, por esta razón, debe preguntarse cómo se ha situado ante esta única y quizá irrepetible oportunidad de haber vivido en los tiempos de Francisco. Sé que muchos, con todo derecho, interpretarán este texto desde su propia perspectiva, juzgándolo acaso como subjetivo, ideologizado y hasta politizado. No me sorprende ni me enoja esto, es más, lo agradezco, porque siempre todos y cada uno de mis escritos han sido pensados y elaborados para el debate, diálogo y la discusión. De hecho, todo escrito y toda opinión de mi parte tienen la pretensión de propiciar el encuentro, la discusión plural y el enriquecimiento mutuo desde una diversidad que nos complemente.

Siempre es preferible el debate apasionado y respetuoso en la construcción de sociedades y de pueblos, que la indiferencia pasmosa de aquellos a los que nada les conmueve, quedando fríos y neutros, acaso, para no dejar ni exponer su zona de confort. Francisco, al contrario, nos ha dado ejemplo de eso, y también, solo por eso, deberíamos estar orgullosos de nuestro Papa argentino. No se trata de que el Papa no haya cumplido con las propias expectativas, sería muy egoísta pensar así, incluso cuando lo hagamos desde un sentir patriótico; se trata de confrontarnos objetivamente a alguien que es nuestro, pero no desde nuestra perspectiva doméstica, sino en relación al aporte real que uno de los nuestros le ha hecho a la historia universal.

El título de este artículo sintetiza lo que sinceramente creo que Francisco significa para la historia individual y colectiva, para nosotros argentinos, y para la Iglesia universal. Y la conclusión es que Jorge Bergoglio, el Papa, en su rol de Pontífice máximo y con una fuerte impronta de argentinidad, ha puesto en jaque con su apertura, su compasión y su misericordia, no solo a los argentinos, sino también a la Iglesia jerárquica e institucional que en tantos modos estaba alejada de los desafíos y las demandas del presente.

La historia dirá que hubo un Papa argentino que salvó a la Iglesia del riesgo cierto de haberse podido quedar encerrada en una visión de mundo y de iglesia demasiado estrecha, exclusiva y contradictoria con la verdad del Evangelio. En efecto, el magisterio pastoral de Francisco compasivo, misericordioso, plural e inclusivo, terminó por desenmascarar una institución religiosa demasiado acomodada, distante, formal y jerárquica. Estaba destinada, si Bergoglio no hubiera llegado al papado, a transformarse en una institución cada vez más fría y desconectada de la realidad del pueblo y de los pobres.

La coherencia evangélica de Francisco abrió sin pudor la inquebrantable muralla de un conservadurismo eclesial que desde hacía siglos estaba arraigado, especialmente en los círculos más altos de poder en la Iglesia. Francisco, un outsider, irrumpe en la historia para sacudir las estructuras anquilosadas de una institución que ya no respondía a los inmensos desafíos y las demandas del presente. Semejante sacudón lo experimenta la Iglesia, pero también, el ala más conservadora de la derecha argentina que cuando se da cuenta de lo que sería su pontificado, hicieron de todo para transformar a Bergoglio en el enemigo del pueblo. Así, todos aquellos a los que los pobres y el pueblo siempre le importaron muy poco, salieron a denostarlo y proclamar compungidos la inmensa decepción ante un papa que imaginaban que podían acomodar a su medida para que sea como ellos, exclusivo, elitista y enemigo de lo popular.

Francisco no fue ni será nunca nada de eso, no por zurdo o kirchnerista, sino por su profunda coherencia con el Evangelio de Jesucristo. Y como dijeron de Jesús, que Él sería causa de elevación y caída para muchos, Jorge Bergoglio, el Papa de los pobres, de los migrantes, de los discriminados y excluidos, terminó desenmascarando los pensamientos oscuros de muchos. Así sucedió. Resta ahora que cada uno de nosotros nos preguntemos, honestamente, de qué lado de la historia estuvimos ya que, así como sucedió con Jesús en la profecía de Simeón, Francisco resultó ser, en esta sociedad argentina fragmentada, el gran signo de contradicción que terminó exponiendo la hipocresía y la falsedad de nosotros como argentinos y la del mundo.